Sobre la desobediencia y el periodismo
Es octubre y estamos en el Anfiteatro Simón Bolívar del Colegio de San Ildefonso. Lo que nos reúne aquí es la inauguración y la primera mesa del Festival LATAM de Medios Digitales y Periodismo. Aquí están Joseph Zárate, Lydiette Carrión, Javier Sinay, Emiliano Ruiz Parra y Katia Rejón, para hablar 'De amor, muerte y desigualdades. ¿Está cambiando el periodismo narrativo?'.
Casi al final alguien les lanza una pregunta sobre las historias personales que parece que cada vez ocupan más lugar en los medios. Si está bien, si está mal, si es periodismo, si no es periodismo.
Javier Sinay responde que el auge de la publicación de historias personales es parte de la renovación del periodismo narrativo, y me recuerdo profundamente emocionada por escuchar a un periodista como él validar algo que me importa mucho.
Casi inmediatamente, sin embargo, pienso que hay algo que está desenfocado. Como si no estuviéramos observando la fotografía completa.
Recuerdo, hace muchos años, leer una entrevista a Leila Guerriero en la que declaraba: 'Me aburre que un periodista asuma la primera persona en una historia'. A mis 22 años estaba profundamente de acuerdo con ella, pero no la entendía por completo. Porque ahora, casi 10 años después, veo que ella misma ha usado la primera persona en varios de sus textos importantes, que va a las historias personales (días antes de que se jugara la final del Mundial se volvió viral una historia sobre su padre) y que la clave para encontrar los márgenes estaba ahí, en esa misma entrevista para clasesdeperiodismo.com: no tomar el protagonismo cuando la historia es sobre alguien más. Un ejemplo muy básico: que en el texto no domine la primera persona cuando estoy escribiendo sobre una bailarina rusa, cuando es su historia la que importa. Ahora, casi 10 años después, veo los matices.
(¿Todas las columnas se escriben en primera persona? ¿Podría navegar este género en tercera? "Es octubre y están en el Anfiteatro Simón Bolívar...")
Porque contar historias personales desde el Periodismo Narrativo (con mayúsculas) no es una renovación. Al contrario, es volver al origen porque fue así como nació en nuestro continente, y por tanto, en todo el mundo.
En Buenos Aires, a finales del siglo XIX, las páginas gigantescas del diario La Nación (que existe todavía), publicaban las crónicas de Rubén Darío, el mismo poeta que escribió 'Sonatina'. Darío no hacía análisis políticos sobre Argentina ni comentaba sobre el presidente en turno (en apariencia); escribía sobre sus viajes, sobre todo a España, sobre sus amigos y sobre la forma en que los animaba (mi crónica favorita siempre será 'Un paseo con Núñez de Arce'), sobre aquello que le indignaba o le maravillaba: '[...] Con sus ojos sin día miran al cielo, en busca de lo que preguntaba Baudelaire. Lo que cantan es uno de esos motivos brotados del corazón popular, que dicen, en su corta y sencilla notación, cosas que nos pasan sobre el alma como misteriosas brisas que hemos sentido no sabemos en qué momento de una vida anterior', escribió en 'Semana Santa' el 31 de marzo de 1899.
Un par de años después, en el mismo periódico y en la revista La Nota, llegó Alfonsina Storni con sus crónicas que lo rompieron todo. Ella no sólo escribía de aquello que atravesaba su vida, sino de lo que atravesaba también la vida de las demás, sus opiniones se tejían en disfraces, miraba el mundo que habitaba y sabía que era posible querer más, trabajar por más: '[...] Entonces el Emir me propone: ¿por qué no toma usted a su cargo en La Nota la sección 'Feminidades'? He dirigido al Emir la más rabiosa mirada que poseo (tengo muchas)', escribió en 1919.
Uso estos ejemplos (hay muchos más, el modernismo está plagado de ellos) sólo para defender mi tesis de que el periodismo narrativo (literario me gusta más) puede parecer ese club de chicos cool en el que tienes que cumplir ciertas reglas para encajar, pero que, en realidad, no deja de ser una criatura escurridiza a la que esas reglas le importan muy poco. Y aunque puede resultar emocionante que grandes periodistas validen tu forma de trabajo, siempre es necesario recordar que, para Berta García Faet, Storni era más valiente cuando era cronista que en su poesía: 'Y ser, con/como Storni [...] que se atreve a pensar-sentir, sentir-pensar, contracorriente, todos los colores. [...] Porque para 'dar el corazón' hay que desobedecer. Con orgullo. Con la cabeza (altísima)'.