Ciencia

Un implante cerebral puede mejorar algunas funciones cognitivas tras una lesión traumática

Las lesiones cerebrales traumáticas provocan deficiencias físicas, cognitivas, emocionales y conductuales duraderas

Los autores implantaron quirúrgicamente electrodos en una zona específica del tálamo llamada núcleo lateral central. (ARCHIVO)

Los autores implantaron quirúrgicamente electrodos en una zona específica del tálamo llamada núcleo lateral central. (ARCHIVO)

EFE

La estimulación profunda de circuitos en el tálamo puede mejorar la función cognitiva en personas con déficits cognitivos a largo plazo a causa de una lesión cerebral traumática, según un ensayo clínico con cinco pacientes, el cual demostró que es un tratamiento factible y seguro.

El estudio, que publica hoy Nature Medicine, aporta pruebas preliminares de que la nueva técnica, con la implantación de un dispositivo experimental en el cerebro, puede mejorar la función cognitiva en caso de lesión cerebral traumática de moderada a grave, pero se necesitan ensayos clínicos más amplios para validar la eficacia del tratamiento.

Las lesiones cerebrales traumáticas provocan deficiencias físicas, cognitivas, emocionales y conductuales duraderas, pero actualmente no existen terapias eficaces para aliviar los efectos incapacitantes.

Investigaciones anteriores ya habían sugerido que la pérdida de actividad en circuitos cerebrales clave en el tálamo puede estar asociada con una pérdida de la función cognitiva.

El equipo de investigadores estadounidenses, encabezados por la Universidad de Stanford, seleccionó a cinco personas de entre 22 y 60 años con alteraciones cognitivas duraderas más de dos años después de una lesión cerebral traumática de moderada a grave.

Los autores implantaron quirúrgicamente electrodos en una zona específica del tálamo llamada núcleo lateral central, que actúa como un centro que regula muchos aspectos de la conciencia.

El reto consistía en colocar el dispositivo de estimulación exactamente en la zona adecuada, lo que variaba de una persona a otra, pues cada cerebro tiene una forma distinta, y las lesiones habían provocado nuevas modificaciones.

Tras una fase de ajuste de dos semanas para optimizar la estimulación, los participantes pasaron 90 días con el dispositivo encendido durante 12 horas al día.

Su progreso se midió mediante una prueba estándar que consiste en trazar líneas que conectan un revoltijo de letras y números. Con ella se analiza la atención, la velocidad y la flexibilidad mental, la organización espacial, las búsquedas visuales, el recuerdo y el reconocimiento.

Al final del periodo de tratamiento se produjo una mejora de la velocidad de procesamiento de entre el 15 % y el 52 % respecto al valor basal de antes de la intervención.

Los participantes mejoraron su velocidad en la prueba, de media, en un 32 %, “superando con creces el 10 % que se habían propuesto los investigadores”, destacó la Universidad de Stanford en un comunicado.

Para los pacientes y sus familias, las mejoras fueron evidentes en su vida diaria. Reanudaron actividades que parecían imposibles, como leer libros, mirar programas de televisión, jugar videojuegos o terminar una tarea, además se sentían menos fatigados y podían pasar el día sin necesidad de echarse la siesta.

El equipo cita el caso de Gina Arata, que en 2001 sufrió un lesión traumática en un accidente automovilístico, que comprometió su capacidad de concentración y tenía problemas para recordar cosas.

Tras el tratamiento, en 2018, notó la diferencia de inmediato, por ejemplo, cuando se le pidió que enumerara los productos del pasillo de una tienda de comestibles pudo recitar frutas y verduras, pero al apagar el dispositivo no pudo nombrar ninguna.

El dispositivo experimental de estimulación cerebral profunda devolvió a los cinco participantes, en distintos grados, las capacidades cognitivas que habían perdido por lesiones cerebrales años atrás.

Los investigadores habían planeado una fase de retirada ciega, en la que la mitad de los participantes serían seleccionados al azar para que se les desconectaran los dispositivos. Finalmente solo se le apagó a una persona, quien después de tres semanas sin estimulación, fue un 34 % más lento en la prueba de rastreo. 

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