Biden en Ucrania: una apuesta arriesgada
Mil días después de iniciada la invasión rusa en Ucrania, Joe Biden, presidente de Estados Unidos, ha tomado una decisión que podría alterar dramáticamente el curso del conflicto. Hasta ahora, Occidente había logrado contener las hostilidades dentro del territorio ucraniano. Eso podría cambiar.
En un giro que contradice su propia doctrina de contención, Biden ha autorizado a Ucrania el uso de misiles ATACMS de largo alcance para atacar objetivos militares en territorio ruso. Estos misiles tienen un alcance de 300 kilómetros, lo que habría limitado su uso a la región de Briansk. La medida, tan audaz como peligrosa, transforma una guerra que ya ha cobrado más de 60,000 vidas de soldados ucranianos y más de 12,000 civiles, según datos verificados hasta noviembre de 2024, y ha dejado un rastro de destrucción apocalíptica, con más de 6 millones de desplazados.
La Casa Blanca justifica esta escalada como respuesta a la presencia de más de 10,000 soldados norcoreanos en la frontera ucraniana. Según Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania, esta fuerza podría multiplicarse por diez. Kiev no perdió tiempo: el 19 de noviembre lanzó los primeros misiles estadounidenses, seguidos un día después por proyectiles británicos Shadow Storm que impactaron en suelo ruso. El Kremlin, predeciblemente, respondió con su ya conocida retórica nuclear.
La amenaza rusa ha desatado una oleada de medidas preventivas. Los países bálticos y del Norte de Europa preparan a sus poblaciones para posibles ataques aéreos, mientras las embajadas occidentales en Kiev evacúan a su personal diplomático. El nerviosismo se extiende desde el Báltico hasta el Mar Negro.
¿Qué busca Biden con esto? En el ocaso de su administración, y con el arribo de Donald Trump acechando en el horizonte, la decisión parece un último y desesperado intento por fortalecer la posición de Kiev. Pero el cálculo podría resultar catastrófico.
Las amenazas nucleares de Putin suenan a recurso retórico gastado, pero subestimar al autócrata ruso sería un error fatal. Aún sin recurrir al arsenal nuclear, el Kremlin dispone de múltiples opciones: desde ciberataques, represalias rusas contra instalaciones militares estadounidenses y europeas, hasta sabotajes encubiertos, como el reciente corte de cables submarinos en el Báltico.
La inteligencia occidental ya había advertido que el uso de misiles contra territorio ruso provocaría represalias devastadoras sin modificar la realidad militar. Para justificar semejante riesgo, estos ataques tendrían que inclinar decisivamente la balanza a favor de Ucrania. Las probabilidades no son alentadoras.
La decisión de Biden llega en un momento crítico. Trump, quien ganó las recientes elecciones presidenciales con 312 votos electorales, promete terminar el conflicto aunque esto signifique la cesión territorial de Ucrania. Europa, mientras tanto, se divide: mientras Olaf Scholz, canciller federal de Alemania, dialoga con Putin, Polonia condena el intento de detener la guerra "con llamadas telefónicas".
La disyuntiva es clara: intensificar el apoyo occidental o aceptar una paz que legitime la conquista rusa de territorio ucraniano. El 20 de enero, con Trump en el poder, este debate podría volverse irrelevante. Queda por verse si el magnate neoyorquino logrará lo que Biden no ha conseguido: negociar con Putin el fin de una guerra que amenaza con desatar una nueva conflagración Mundial.
"Creo que es la paz para nuestro tiempo", proclamó un triunfante Neville Chamberlain en 1938, agitando el acuerdo de Múnich ante una multitud esperanzada. Hitler, mientras tanto confesaba a su ministro de Relaciones Exteriores: "Oh, no te lo tomes tan en serio. Ese pedazo de papel no tiene ninguna significancia" La brutal realidad lo golpearía poco después, cuando apenas seis meses después, en marzo de 1939, los ejércitos alemanes entraron en Praga, tomando control del resto de territorios checos.
Hoy, mientras Trump promete resolver el conflicto ucraniano cediendo territorio a Putin, la historia nos susurra una advertencia que no deberíamos ignorar: el apaciguamiento de los autócratas solo puede garantizar más violencia.