De Política y Cosas Peores
Hoy es un día de luto para México. La ausencia de López Obrador en la ceremonia de aniversario de la Constitución en Querétaro no sólo rompe una tradición respetada y respetable: es también ofensa grave a la máxima ley y soez atentado contra la República y sus instituciones.
Está claro que el cacique de la 4T no quiere la Constitución: quiere su Constitución; una norma hecha por él y para él. Eso lo muestra ya sin veladura o embozo como lo que realmente es: un mal gobernante con evidente traza de dictador o déspota. Lejos estoy de exagerar; no caigo en falsedad o hipérbole. Hay tradiciones que ciertamente no pueden calificarse de sagradas -ninguna lo es-, pero cuya solemnidad y permanencia las hacen ser formalidad institucional de la vida republicana y democrática de la nación. El continuado encuentro en Querétaro de los tres Poderes para recordar la promulgación de la Carta que nos rige es prueba de que a pesar de todos los vicios, por encima de tropiezos y claudicaciones, México se ha mantenido desde hace casi un siglo en la institucionalidad. La actitud soberbia, absolutista, fascistoide, asumida hoy por el caudillo de Morena implica el abandono de esa vía y la voluntad de imponer en su lugar un régimen autoritario, populista, autárquico, fincado en la propaganda y en el control de las masas a través de las dádivas y de las fuerzas armadas como defensoras no ya de la patria, sino de sus intereses y del hombre que siente que en él encarna la nacionalidad. En su desatada megalomanía AMLO compara los caprichosos cambios que ha emprendido con las profundas transformaciones nacidas de las luchas que iniciaron los más notables próceres de nuestra historia: Hidalgo, Juárez y Madero. Las reformas a la Constitución que este nefasto día anunciará el prepotente ocupante del Palacio Nacional son una serie de medidas tendientes a debilitar las instituciones y a fortalecer el dominio personal de quien en hora mala llegó a la Presidencia de nuestro país, al que tanto daño ha hecho en todos los renglones: el de la salud; el de la seguridad; el de la educación; del civilismo; de la economía: de la inversión y el empleo; de la unidad nacional; del prestigio en el extranjero: de la pervivencia de las instituciones autónomas; del mantenimiento de la división de poderes; de la tolerancia a la crítica, a la disidencia; del respeto al orden jurídico, a la ley. Ciertamente -hay que reconocerlo- nuestra Constitución no ha sido nunca ejemplo de vigencia y positividad. Tantos remiendos y parches ha sufrido que no la reconocerían los constituyentes que la parieron, si cabe esa expresión. A Vasconcelos, que sufrió al mismo tiempo la pasión de México y la de sí mismo, alguien le preguntó un día de qué color era nuestra Constitución: blanca o roja. Si blanca, eso significaba que era liberal; si roja, eso quería decir que llevaba tintes socialistas. "Ni blanca ni roja -contestó el gran oaxaqueño-. Es violada". Expresivo juego de palabras ése: violada significa al mismo tiempo de color violeta y vulnerada. Aun así, hemos vivido mal que bien dentro de un ámbito constitucional que ahora el aprendiz de dictador busca romper para su beneficio. En el Teatro de la República en Querétaro estará este 5 de febrero el espíritu de la Constitución. Al Palacio Nacional irán quienes por ambición de poder y de dinero, o por culpable debilidad se rinden al caudillo y están dispuestos a acompañarlo hasta la ignominia. Mi ánimo sombrío de hoy se debe a que cada día veo con mayor certidumbre que la sombra de la dictadura está cubriendo a México. Si las cosas siguen como van la sufrirán mis hijos y mis nietos. Pobre patria. Pobres ellos. FIN.