De Política y Cosas Peores
La anécdota que narraré en seguida es verdadera, lo cual no le quita interés. Eran los años de la Revolución, y un cierto mocetón de mi ciudad le anunció a su madre que había decidido irse a la bola. “Voy a defender a mi patria -le dijo con solemne acento-, y a ver qué saco por defenderla”. Se echó a llorar la señora. Era viuda, y no tenía más sostén que el de su único hijo. Trató de hacerlo desistir de su propósito, pero el muchacho desoyó sus ruegos: en ese mismo momento, declaró, iría a alistarse en las filas de la rebelión. Viendo que no podría disuadir al mozo la infeliz madre lo hizo ponerse de rodillas y le colgó al cuello un santo escapulario que, le dijo, lo protegería de todos los peligros. Luego le preguntó con qué general se iba. El joven le dio el nombre del que sería su jefe. Era un militar famoso por sus prudentes retiradas. Al punto la señora le quitó el escapulario. “Deque -le dijo-. Con ése no lo va a necesitar”. Del mencionado jefe se decía que ante la posibilidad de un enfrentamiento arengaba a sus hombres de este modo: “Si los enemigos son muchos, avanzamos hacia atrás. Si son pocos nos escondemos pa’ despistarlos. Y si no hay nadie ¡adelante, mis valientes, que pa’ morir nacimos!”. Con ese mismo talante pusilánime, y ante la enorme cantidad de votos que Claudia Sheinbaum recibió, me pregunto si quienes nos opusimos a su candidatura estuvimos palmariamente equivocados. La fuerza de la multitud es grande, y el que ha decidido no sumarse a ella se amilana ante su arrollador poder, y su convicción vacila. No es mi caso. Por principio de cuentas, he navegado siempre contra la corriente. Durante décadas fui empecinado crítico del PRI. En los archivos y las bibliotecas están mis artículos y libros como prueba de que en su tiempo señalé los errores y fallas del poderoso partido tricolor, igual que ahora he hecho con el prepotente caudillo de Morena, quien por cierto era priista convencido en la época en que yo denunciaba los vicios del partido oficial. Además, no creo haberme equivocado en este proceso. Ser parte de una mayoría no confiere automáticamente la razón. Bástenos recordar al pueblo bueno y sabio que en forma unánime pidió la liberación de Barrabás y envió a Cristo a la cruz. Sin ánimo de establecer comparaciones, pienso que cualquier crítico de Hitler que hubiese contemplado las impresionantes concentraciones de Nuremberg habría temido estar errado en su disidencia, y aun habría sentido la tentación de unirse a la fanatizada multitud en el saludo nazi. En nuestro caso, Su Majestad el Pueblo votó en modo apabullante por Claudia Sheinbaum. Sin embargo también las majestades se equivocan. Sostuve que un voto por Morena era un voto contra México. El tiempo dirá si erré o tuve la razón. Deseo vivamente haberme equivocado, y que la señora resulte ser una buena Presidenta, pero mantengo mi actitud vigilante de ciudadano independiente que jamás ha recibido un solo peso, por ningún concepto, del poder central, ni en tiempos del PRI, del PAN y, obvio es decirlo, de Morena. Me preocupa la mayoría calificada que en el Congreso obtuvo el partido oficial, y temo que eso pueda llevar a excesos contrarios al bien de la República. El Plan C de López pende como amenaza sobre la libertad de los mexicanos, aunque muchos no se percaten de ese riesgo. Hoy más que nunca hacen falta contrapesos y frenos ante la fuerza aplastante del partido en el poder. Si no los habrá en el Congreso, debe haberlos en la ciudadanía. Quizá resulten inútiles sus esfuerzos ante el incontrastable dominio de Morena, mayor aún que en el que su tiempo tuvo el PRI, pero eso de predicar en el desierto es noble oficio. Seguiré dedicándome a él. FIN.