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OPINIÓN

De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

El asistente de Biden le pidió: “Por favor no lo olvide, Mister President. El botón rojo es para lanzar los cohetes atómicos a Rusia; el negro es para encender las luces del jardín”. Don Cucoldo llegó con anticipación de un viaje y encontró a su esposa en el lecho conyugal follando con un desconocido. Le preguntó a la infiel, furioso: “¿Quién es ese hombre?”. “Lo ignoro -respondió la mujer-. Tú sabes que nunca he sido preguntona”. (¡Cuánta razón tenían los latinos! Su frase: Ubi amor ibi dolor, donde hay amor hay dolor, contiene una verdad de peso). En el curso del juicio por jurados el fiscal le preguntó al testigo: “¿Ha sido usted sometido antes a un interrogatorio?”. “A muchos -respondió el sujeto-. Soy casado”. (A este propósito me vienen a la memoria dos consejos que mi abuela Liberata daba a sus hijas en edad de merecer. Les decía: “Antes de casarse abran muy bien los ojos. Después ciérrenlos un poquito”. Y luego: “A su marido nunca le pregunten de dónde viene ni a dónde va”. Ninguna de esas enseñanzas tiene aplicación en nuestro tiempo, pero en el suyo parece que ambas funcionaban bien). El señor de edad madura iba de pie en el autobús, y su bastón hacía un molesto ruido al pegar contra el piso del vehículo. Muchos de los asientos del camión iban ocupados por una matrona y su numerosa pro- le de 10 o 12 hijos. La mujer le dijo con acritud al caballero: “Si le pusiera usted un hulito a su bastón no haría ese sonido tan desagradable”. Al punto respondió el señor: “Y si su esposo se hubiera puesto un hulito todos iríamos sentados”. El vendedor de mascotas encomiaba las cualidades del perro que doña Panoplia de Altopedo se interesaba en comprar: “De obediencia anda muy bien, y de lealtad no se diga”. Inquirió la encopetada clienta: “¿Y de pedigrí?”. Repuso el hombre: “Puede usted estar tranquila, señora. El animalito no bebe”. Un tipo estaba en el hospital, vendado de la cabeza a los pies cual momia egipcia. Le preguntó el compañero que fue a visitarlo: “¿Qué te sucedió?”. Respondió el lacerado: “Me golpeó un compadre”. “¡Qué barbaridad! -exclamó el otro-. ¿Por qué?”. Con feble voz contestó el individuo: “Porque le di la razón”. “¿Por- que le diste la razón? -se sorprendió el visi- tante-. No entiendo”. “Sí -explicó el tipo-. Comentó en mesa de amigos: ‘Mi esposa hace el amor muy bien’. Y yo le dije: ‘Tienes razón’”. El guardia del estacionamiento de la Cámara le advirtió al visitante: “No deje usted su coche ahí. Van a venir los diputados”. Replicó el conductor: “No me preocupa. Tengo alarma y seguro contra robos”. El Lobo Feroz amenazó a la abuela de Caperucita Roja: “Te voy a comer”. Opuso ella: “Eso es lo que le vas a hacer a Caperucita. Tú y yo haremos otra cosa que no está en el cuento”. Un individuo le preguntó a otro: “Supe que andabas cortejando a Susiflor. ¿Cómo te ha ido con ella?”. Respondió el otro: “La traigo muerta”. Bajando la voz le recomendó el primero: “Toma Viagra”. (O, mejor todavía, unas cuantas gotas de las miríficas aguas de Saltillo. Recientemente las tomó un octogenario que casó con mujer joven. Al regresar de la luna de miel la esposa ya venía embarazada de trillizos, y varias empleadas del hotel han reportado sentir náuseas, mareos y antojos desusados). En su departamento la guapa chica le dijo a Babalucas: “Espérame un momento, Baba. Voy a enfriar una botella de champaña, a desvestirme y ponerme un negligé, a perfumarme, a poner música romántica, a disminuir las luces de la alcoba y a preparar la cama”. “Mejor otro día vengo -se molestó Babalucas-. Hoy estás muy ocupada”. FIN.

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