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De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

Las desventuras conyugales no acaban para don Cucoldo. Cierto día llegó a su casa en hora inesperada y encontró a su mujer en el tálamo matrimonial llevando a cabo el acto de fornicación con un desconocido. Desconocido para don Cucoldo, pues la señora mostraba tener cierta familiaridad con el sujeto: lo llamaba “papacito”, “negro santo” y “cochototas”. Justamente indignado el ofendido esposo le preguntó a la pecatriz: “¿Quién es este hombre?”. “No lo sé -replicó ella-. Jamás me ha gustado averiguar vidas ajenas”. Don Ruguito, señor octogenario, fue a vivir en una casa para adultos mayores. El primer día de su estancia ahí se inclinó de tal modo en su silla a la hora de comer que la enfermera de turno acudió presurosa a enderezarlo, pues temió que cayera al suelo. Igual sucedió en la merienda y en la cena: el provecto señor asumía una peligrosa inclinación en su asiento, y la encargada del cuidado de los ancianitos corría a enderezarlo. Eso se repitió una y otra vez en los siguientes días. El fin de semana los hijos de don Ruguito fueron a visitarlo y le preguntaron si estaba contento en esa casa. “Mucho -respondió el viejito-. Pero tiene un inconveniente grave”. “¿Cuál?” -inquirió, preocupado, uno de los hijos. Contestó don Ruguito: “No te dejan soltar un aire”. Doña Fecundina dio a luz a su hijo número 14. Se sintió feliz, pues pensaba que el número 13 es de mala suerte. Su médico, sin embargo, consideró que la señora tenía ya mucha familia. Le preguntó: “¿Qué su marido no toma alguna precaución?”. Respondió la prolífica mujer: “Él sí, doctor, pero los otros no”. Unos cazadores se perdieron en el ardiente y vasto desierto de Sonora. Una semana llevaban ya caminando sin rumbo por la vastísima extensión del páramo, sin agua ya y sin alimentos. En vano buscaban la vía del tren para orientarse. En eso vieron algo que los llenó de asombro: un esquimal venía hacia ellos en un trineo tirado por perros. Pensaron que aquella visión era espejismo; la fata morgana de que hablan los viajeros extraviados en alguna inmensidad desértica. Pero no: lo que miraban era real: hombre, trineo y perros eran verdaderos. Le preguntaron ansiosamente al esquimal: “¿Sabes hacia qué rumbo está la vía del ferrocarril?”. Respondió él: “No me lo pregunten. Yo también ando perdido”. Dos amigos, casado uno, soltero el otro, se reunieron un lunes y hablaron acerca de lo que había hecho el día anterior. Dijo el casado: “Tuve un buen domingo. Mi esposa, mis hijos y yo nos levantamos temprano, y después de un sustancioso desayuno hogareño fuimos a misa. Paseamos luego por el parque, y comimos hamburguesas en una cafetería. Seguidamente, por la tarde, vimos en la tele la película ‘Los Diez Mandamientos’. A continuación jugamos a la lotería y finalmente nos fuimos a acostar. Fue un buen domingo”. Narró el soltero: “Yo dormí a pierna suelta hasta el mediodía. Me levanté y fui con un amigo a comer en restorán de lujo. Ahí conocimos a dos mujeres, una morena y una rubia, y las invitamos a nuestra mesa. Disfrutamos de una comida espléndida: champaña, caviar, carnes jugosas, langosta, postres riquísimos, licores y coñac. Luego, en el departamento de mi amigo, los cuatro nos entregamos al amor, yo con la rubia, con la morena él. Después cambiamos de pareja: él con la rubia, con la morena yo. Pusimos en práctica todas las formas de erotismo; dejamos al Kama Sutra en calidad de libro de primaria. Por último, agotada la pasión sensual, bebimos toda la noche hasta quedar dormidos. Fue un buen domingo”. En tono de reproche habló el casado: “¿Y a eso llamas un buen domingo? ¡Cabrón, fue un fantástico domingo!”. FIN.

Escrito en: OPINIÓN buen, morena, rubia,, pues

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