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Desde el IMSS hasta la conciencia

Recuerdos de una vida olvidable

Desde el IMSS hasta la conciencia

Desde el IMSS hasta la conciencia

MANUEL RIVERA

Sé que podrá parecer increíble, pero doy mi palabra de humano ajeno a toda campaña por el voto popular, que el siguiente recuerdo es producto de la vida real.

Me queda claro que expresar molestia porque se recibió buen trato, máxime en una institución de seguridad social muchas veces agobiada por la falta de recursos y exceso de necesidades pendientes de satisfacción, puede resultar inverosímil.

Hace algunos años, cuando creíamos que estábamos peor, Rodrigo, quien poco tiempo antes dejó de prestar sus servicios como ejecutivo de un importante corporativo industrial, acudió una mañana como derechohabiente a la clínica del Seguro Social que le correspondía. Como a muchos nos ha sucedido, la vida le había enviado un recado para recordarle que lo impredecible es la esencia del suspiro llamado existencia.

El lugar estaba en extremo concurrido por una mayoría de ciudadanos de tez morena y aparente falta de recursos económicos, relató mi amigo. En ciertos momentos, observó, los asegurados se arremolinaban frente a la empleada que recibía las tarjetas de citas, persona que no sólo mostraba hastío, sino que lo exteriorizaba con palabras y gestos agrios.

Sin embargo, cuando por fin fue atendido por la dama, Rodrigo topó con una actitud muy distinta. Encontró una sonrisa, orientación completa y hasta una disculpa por la tardanza de la atención. ¿Qué pasó?

Por lo pronto, dio escueto agradecimiento a la mujer que lo atendió, buscó algún espacio para aguardar su turno y comenzó a digerir su molestia con quien recibió su tarjeta. No entiendo cuál fue el motivo de tu enojo, lo cuestioné sin esperar el breve, pero sólido discurso que pronunció luego acerca de la discriminación.

Rodrigo es una persona de tipo caucásico, de ojos azules, estatura y complexión media, cabello castaño claro y hablar educado. Cuando transitaba en el corporativo en el que servía era distractor del trabajo secretarial.

Además, desde ese entonces es acre crítico de la sociedad. Su molestia era genuina, pues consideraba que la buena recepción que tuvo no fue motivada por convicciones, sino por los prejuicios que por el color de la piel llevan a dar trato desigual a seres humanos iguales.

Aunque preferiría pensar que la atención dada por la empleada del Seguro Social a mi amigo fue debida a los buenos modales de él, no puedo clausurar mi percepción del entorno, lo que me conduce a la aceptación de vivir en un país donde aún son muchos los complejos de inferioridad que se tratan de paliar mediante el engaño de creerse superior al semejante menos favorecido, o cuya apariencia distinta es asociada con prejuicios sin fundamento.

Ni la celebración nacional de mañana alrededor de la Virgen de Guadalupe ni la votación mayoritaria de junio a favor de la 4T y su ironía acerca de "la revolución de las conciencias", han logrado acabar con la discriminación manifestada a través de las menciones peyorativas de "indios" o "nacos" dirigidas lo mismo a quienes se parecen a San Juan Diego, que a un expresidente cuya imagen no respondía a los cánones de la raza conquistadora que sometió a nuestros antepasados y, paradójicamente, se convirtió en el modelo de la mimetización deseada por los conquistados.

Lo guadalupano no ha permeado lo suficiente para garantizar que después del 12 de diciembre nos concibamos como hijos de una misma madre, como tampoco lo ha hecho "la transformación" para creer que todos somos iguales en esencia, de lo que bien podría dar fe Martín Alonso Borrego, ex coordinador de Contacto con la Ciudadanía en la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, quien acaba de renunciar al gobierno del segundo piso de la 4T porque fueron dadas a la luz las aspiraciones fifís que lo condujeron a usar sus influencias para casarse en el Museo Nacional de Arte.

¿Habrá algo más cómodo que archivar las experiencias en estantes previamente etiquetados, sin más introspección que la estrictamente necesaria para encontrar dónde guardarlas y después usarlas como si fueran verdaderas, dando vacaciones a mente y conciencia?

Por lo pronto, quizá coincidamos, lector, en que el Seguro Social también sirve para analizar conciencias.

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