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El adiós literario de García Márquez

El adiós literario de García Márquez

El adiós literario de García Márquez

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

La lectura de la novela corta "En agosto nos vemos" (Diana, 2024), el último relato del célebre Gabriel García Márquez, publicado en estos días en una espléndida edición, donde el colorido de la portada retrata con elocuencia su mundo caribeño, nos lleva en principio a recordar lo que el escritor colombiano representó para las dos o tres generaciones recientes: una nostalgia común del que fuimos. De hecho, gracias en parte a Gabo -como también se le conoce- la afición por los buenos libros se multiplicó principalmente en el ámbito del idioma español. Leído, luego, prácticamente por todo el planeta, sus historias ya forman parte de la memoria colectiva. De sus títulos, por ejemplo, "El amor en los tiempos del cólera", "Crónica de una muerte anunciada", "El general en su laberinto", "El coronel no tiene quien le escriba", se han derivado muchos otros para numerosos temas, diversos y cotidianos. Qué tiempos aquellos -comenzamos a servirnos de la frase hecha- en que las librerías lucían atractivas pirámides de libros cada vez que García Márquez publicaba una de sus novelas. Decían que el tiraje era de un millón de ejemplares, y no tardaba en agotarse. Vivíamos en sus narraciones prodigiosas. Días felices en la mejor compañía.

Ahora que recibimos su legado literario, se vuelven a reactivar los recuerdos por su prosa deslumbrante. Me parece útil, por lo tanto, la vieja pero vigente escala de valores para justipreciar "En agosto nos vemos". La calidad de una novela, asentaban entonces los antiguos preceptistas, se mide básicamente por tres elementos: una historia interesante, la conveniente disposición textual y el alto nivel creativo de su lenguaje. Así se da lugar a un fruto bien logrado. Veamos.

El relato de Gabo parte de las visitas anuales, exactamente los 16 de agosto, que Ana Magdalena Bach hace a la tumba de su madre. Siempre le lleva un ramo de gladiolos, y para llegar hasta allá tiene que tomar el transbordador hacia una isla donde se sitúa el cementerio, en una cumbre del paisaje. Estamos, de entrada, ante la cita recurrente de una gran densidad emotiva. Regresar al pasado. Mantener nuestra raíz más profunda. La pérdida que se venera y, en contraste, la protagonista -la mujer como centro del relato, obsérvese- se verá pronto en medio de una serie breve de aventuras amorosas, con un amante distinto para cada noche feliz, por año, y la plenitud del cuerpo y el alma. El amor y la muerte, las dos caras de la moneda, tan presentes en las literaturas de todos los tiempos (Quevedo nos dejará muestras emblemáticas de esta relación).

Gradualmente, nos vamos adentrando en ese orbe doble de entrega sentimental. La añoranza dolorosa y, a la vez, la vivacidad desbordante de la pasión. ¿No será la segunda la respuesta intensa de la primera? ¿Un reflejo de esperanza? En todo caso, el autor organiza los episodios con el talento narrativo que le conocemos, atendiendo la familia de músicos de Ana Magdalena Bach, en la ciudad, y sus encuentros en la isla, donde brillan los deseos y también sus anhelos más íntimos. Una proyección de ella, vibrante, se realiza al conocer a otros hombres, digámoslo sin trabas. Una mujer en libertad, en búsqueda de sí misma.

Con un emotivo trasfondo musical -a manera de tejido intertextual, más bien- la historia fluye acompañada por las notas de Debussy y alusiones a Grieg, Dvorák, Bartók... y las lecturas de Bradbury, Defoe, Bram Stoker, Hemingway. Viajamos a través de la poesía narrativa que, como en tantas obras del autor, se privilegia la belleza auditiva de los esdrújulos: "para contemplar las garzas que planeaban inmóviles en el sopor ardiente de la laguna", "los yates de placer alineados en la dársena del turismo", "y el sol áspero se filtraba por el raso de la sombrilla", "Tenía la piel lívida", "Y cada mesa tenía su propio ámbito de intimidad". Son frases y renglones enteros que solamente pueden ser del mejor García Márquez. Una de las claves del relato, sin decir más, se halla en este radiante fragmento: "No se sintió triste sino animada por la revelación de que el milagro de su vida era haber continuado la de su madre muerta".

"En agosto nos vemos" no desmerece, por lo descrito, respecto a las obras mayores de Gabo. El relato tiene mucho que contar, en su apariencia de feliz vestidura novelística. El final es verdaderamente extraordinario (a su hijo Gonzalo le rememora alguna escena de la época dorada del cine mexicano), y la protagonista de las últimas páginas del libro recupera igualmente aquella imagen conmovedora de Rebeca cuando llega a la casa de los Buendía. Entre las numerosas mujeres recordables de su imaginación fulgurante, creo que Ana Magdalena Bach viene a ser lo que la Dorotea del Quijote fue para Cervantes: su hija predilecta: valiente, preciosa, sensible. Invencible. Imposible aquí no pensar en Emma Bovary, otra mujer excepcional, lectora sin remedio y de irrenunciable corazón de sueños.

Esta novela, digo finalmente, cierra el ciclo creativo de uno de los escritores que marcaron el siglo XX, y que junto a Borges será sin duda la botella al mar de Latinoamérica a las letras universales del mañana.

Escrito en: letras durangueñas Gabriel García Márquez escritos Durango García, Magdalena, tiempos, agosto

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