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El Curro del Puente Negro: Un catrín que perdió el juicio por amor

Conoce la trágica historia de una pareja que no pudo consumar su amor.

El Curro del Puente Negro: Un catrín que perdió el juicio por amor

El Curro del Puente Negro: Un catrín que perdió el juicio por amor

FERNANDO RAMÍREZ H

El Puente Negro podrá parecer un viaducto más de la ciudad capital. Sin embargo, ese lugar fue testigo de una tragedia que conmocionó a la sociedad del Durango antiguo, provocada por un sombrío personaje que sigue vagando en el lugar de los hechos con interminables paseos nocturnos que recorrerá hasta la consumación de los tiempos: El Curro del Puente Negro.

Eran finales del siglo XIX, época en que la ciudad de Durango fue habitada por la familia Hernández, un linaje de abolengo que residía en el barrio del Tepeyac. La huerta de su propiedad era tan extensa que llegaba hasta la Acequia Grande, limitando con la vía del Ferrocarril La Sierra.

En la residencia de los Hernández crecieron 2 niños juntos: Concepción, o más conocida como Conchita, una de las hijas de los Hernández y Agustín, el vástago de la ama de llaves. Aquellos chiquillos sentían un mutúo afecto de hermandad, aunque la madre del niño siempre le recordaba que él era miembro de la servidumbre y que debía ver a la niña como parte de la aristocracia. 

Pasó el tiempo y los infantes se convirtieron en adolescentes. Concepción se convirtió en una dama muy atractiva, de cuerpo esbelto y estatura alta. Por otro lado, el joven Agustín ya era un sirviente con sueldo fijo, con muchas muchachas detrás de él, pero solo tenía ojos para una mujer: Conchita. 

La convivencia diaria entre los jóvenes alimentó una conexión que cada día crecía con fuerzas, una amistad de la niñez se transformaba en amor. El hombre suele ser quien confiesa sus sentimientos a la mujer, aquí fue al revés. Concepción, con rosa en mano, le confesó a Agustín que estaba enamorada de él. Perplejo y sorprendido, el muchacho abrazó a la chica y le propinó un apasionado beso, jurándose amor eterno, el cual era a hurtadillas por sus diferencias de clases sociales. 

Un día, Agustín decidió abandonar Durango, su plan era irse para hacerse rico, regresar con un baúl de monedas doradas para casarse con su amada. Conchita, triste, prometió esperarlo. Entre lágrimas, los jóvenes enamorados se despidieron y separaron sus caminos (como diría José José: “Qué triste fue decirnos adioooos…”).

Agustín emprendió el viaje hasta llegar a la Sierra de la Silla, lugar en el que llevó un estilo de vida silvestre, alimentándose de raíces y frutas. Pocos días después conoció a Ignacio Parra, célebre bandido que forjó sus riquezas como asaltante de caminos. Parra lo sometió a pruebas y desafíos para mostrar su valía, el chavo pasó las encomiendas, siendo aceptado en la pandilla de bandoleros. 

Por otro lado, en Durango, la bella Concepción fue obligada a contraer nupcias con un tal señor Curbelo, quien además de recibir una hermosa novia, también degustó una fina botella de coñac.

De vuelta en las tierras lejanas de la silla, Ignacio Parra fue asesinado en una disputa con otro bando. Esto lo aprovechó Agustín, quien tomó una montaña de monedas de oro y barras de plata para huir al pueblo de Durango. 

Al llegar, Agustín adquirió una ostentosa mansión en el centro de la ciudad, junto a costosos muebles y los trajes más caros de la época. No todo fue miel sobre hojuelas, se enteró que su madre falleció y la mujer de sus sueños se casó con otro hombre.  

El catrín cayó en una profunda depresión, encerrándose todo el día en su mansión. Solo salía por las noches para dar largas caminatas del ferrocarril de la sierra hasta el Puente Negro, siempre portando un traje negro, sombrero de copa, bastón y bombín. Los colonos de la zona lo comenzaron a llamar “El Curro del Puente Negro”.

Una mañana, la comunidad duranguense se alarmó al ver 3 cuerpos sin vida debajo del Puente Negro. Al identificarlos, se supo que eran Agustín, Conchita y el señor Curbelo. Nadie supo lo que pasó, muchos especularon que se trató de un doble homicidio y suicidio, actos cometidos por El Curro.

A día de hoy, se observa una silueta deambulando en el Puente Negro por las noches, debe tratarse de El Curro, quien continúa con sus interminables caminatas. 

Escrito en: Plaza de Armas leyendas de Durango Puente, quien, otro, Agustín

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