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Finalmente se anunció la serie de reformas constitucionales que, de aprobarse, modificarían dramáticamente la configuración económica, política y social del país. Es muy poco probable que se apruebe la mayoría de las propuestas. Mi pronóstico es que en el mejor de los casos se aprobará el 10% en lo que queda de la presente legislatura, entre ellas es probable que se apruebe la reforma pensionaria y probablemente la del incremento al salario mínimo por un monto no menor a la inflación pasada.
Lo que en realidad está en juego es el modelo de país que queremos. Hace décadas se llevaron a cabo diversas reformas que nos han traído hasta donde estamos. El contexto económico de la década de los ochenta favoreció las reformas pro libre mercado y la creación de órganos autónomos que actualmente tenemos. Las reformas propuestas buscan tener un nuevo modelo que muchos sugieren que implica volver al pasado. Según los resultados obtenidos, tal vez no sea tan mala idea.
Cualquier política económica no debe medirse por promesas o por explicaciones que digan por qué no se alcanzaron los objetivos buscados, sino por los resultados realmente observados. Por otra parte, no es suficiente observar uno o dos años, tal vez ni siquiera un sexenio, sino décadas de aplicación de una política económica. Entonces se podrá contrastar lo prometido contra lo entregado.
Cualquier política económica se defiende como la mejor o por lo menos la que ayudará a generar crecimiento económico, estabilidad de precios y mejora salarial. Ninguna diría que busca destruir a la economía o empobrecer a la población. Cada estrategia política se aplica con la mejor de las intenciones, pero en varias ocasiones con resultados desastrosos.
Algunos economistas sugieren que la década de los ochenta fue desastrosa por las políticas económicas llevadas a cabo dos sexenios antes. Se diga lo que se diga, la economía creció. Así lo dicen los datos del Banco mundial. La siguiente gráfica mide el PIB per cápita de 1961 a 2022, en dólares de EUA de 2010, para evitar cualquier sesgo.
Es claro que de 1960 a 1981 la economía, por habitante o per cápita estaba creciendo. La línea punteada es un cálculo rápido de la tasa de crecimiento de este indicador, que es igual a 3.26% anual. De 1981 en adelante dejamos de crecer. La llamada década perdida se convirtió en cuarentena, la tasa de crecimiento utilizando el mismo indicador fue de apenas 0.64% anual, menos de 1% por año. Bajo este indicador, la economía neoliberal o de libre mercado ha sido un rotundo fracaso.
¿Qué nos dice el sueldo? Revisando solamente el salario mínimo, lo que se puede observar es que durante la cuarentena perdida este indicador tuvo un desempeño nefasto.
El salario mínimo llegó a su máximo en 1976. Se incrementó en 1981 y de ahí en adelante decreció hasta estabilizarse en casi la cuarta parte de su valor máximo. Durante el neoliberalismo el salario mínimo no creció. Fue hasta el actual Gobierno que se revirtió la tendencia, sin haber alcanzado aún el nivel máximo observado en el pasado reciente.
Algo que sí genero el periodo de reformas pro libre mercado y a favor de órganos autónomos fueron unos pocos ricos, cada vez más escandalosamente ricos frente a millones de pobres.
Independientemente de los argumentos que justifiquen el por qué no se logró tener crecimiento económico ni recuperación salarial los datos duros son observables. Medida con estos indicadores pareciera que no es mala idea que el Estado fortalezca su rectoría económica. El libre mercado fue un dios que falló o un ídolo con pies de barro.
Los políticos no suelen estar a favor del libre mercado. Excepto aquellos formados en universidades extranjeras que se han creído lo que dicta el libro de texto. En general a los políticos les gusta decir que hicieron algo por mejorar la situación del país o de la población y que no dejaron que el mercado lo arreglara todo por sí solo. Así es que estamos en el umbral de lo que muy probablemente en algunos años, tal vez meses, se convierta en el fortalecimiento del Estado en detrimento del mercado.