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El señor del veneno: milagro y consuelo

Nicho.

Nicho.

JUAN CARLOS GUTIÉRREZ

Hay una sensación de sutileza y acogimiento cuando se entra al templo como si fuese un lugar donde se respira la beatitud (alegría) que presume el creyente cuando se pone en contacto con aquello que le hace orar. El templo católico de Juan el Bautista en la demarcación de Coyoacán de la ciudad de México que junto con la Catedral Metropolitana (1525) impresionan no sólo por su constructo sino por la concurrencia que allí forman asamblea (iglesia) para provocar todo aquello que les es consuelo como es el caso de la leyenda del Cristo del Veneno, además de imágenes y figuras que en su mayoría tienen la misma edad que el templo, 1522, y que se terminó a manos de franciscanos en el año de 1552.

Cuenta la memoria viva que en tiempos de la Nueva España, en concreto siglo XVll (1602), existía este personaje devoto y lleno de riquezas el cual todas las madrugadas y en acto de fe acudía al templo diariamente para orar y encomendar su alma a un crucifijo que se hallaba en un nicho común para los feligreses. Don Fermín Andueza (Azueta) era todo un caballero elegante que con capa negra y demás accesorios propios de la época cumplía con los menesteres eclesiales a pie de la letra y es así como día con día ofrendaba una moneda de oro justo en el plato petitorio del Cristo, de tal modo que la gente lo veía como un hombre de extrema nobleza al ayudar sin interés alguno y lo respetaban por ese ejemplo difícil de imitar.

Don Ismael Treviño era otro sujeto enriquecido por negocios prestos del momento , sin embargo su codicia y envidia lo cegaban al compararse con los demás señores del valle y no soportaba los avances, augurios y hechos de abundancia que tenía Don Fermín; fue así como Don Ismael llenó su corazón de celo y odio al grado de contemplar asesinar a su enemigo mediante un veneno que abarcaba lentamente todo el cuerpo en varios días, de una intención que no hubiese rastro alguno, entonces se dispuso a regalarle a Don Fermín un pastel con aquella sustancia mortífera a través de un amigo en común con autoridad en la comunidad de tal modo que lo comió con gusto, muy temprano, acompañado de un chocolate espeso muy del paladar del susodicho.

La siguiente mañana Don Ismael siguió ávidamente a Don Fermín sin perder ni uno solo de sus movimientos para observar su deterioro y muerte.

Don Fermín entró al templo como lo hacía cada mañana y haciendo sus oraciones se postró a los pies de la pálida figura cuando ésta misma se tornó en negro absorbiendo aquel veneno ante la admiración y extrañeza de Don Fermín y la concurrencia , pero quien tembló de miedo fue Don Ismael pues rápido se arrodilló ante Don fermín confesando su envidia a gritos y su plan de matarlo; así fue como la obviedad del milagro fue evidente al proteger a Don Fermín esta imagen hecha de pasta de caña policromada; Don Fermín no hizo otra cosa más que perdonar y abrazar a su enemigo como amoroso cristiano que le forjaba.

Con los años el hecho causó furor y fervor entre los habitantes de la Nueva españa, quienes llevaron veladoras e intenciones pedigüeñas como de alabanza, dando nostalgia a un mito o historia que todavía es motivo de inspiración y recurrencia pues se encuentra en su nicho lleno de rezos y agradecimientos por múltiples favores concedidos.

Crucifijo.
Crucifijo.

Negro.
Negro.

Milagros.
Milagros.

Escrito en: escritos Durango Fermín, Ismael, templo, modo

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