El verdadero cambio en México comienza con nosotros
A partir de mañana México dará un paso histórico al tener a su primera mujer Presidenta, Claudia Sheinbaum Pardo. Sin embargo, mientras celebramos este hito en nuestra democracia, debemos hacernos una pregunta incómoda pero necesaria: ¿realmente cambiará algo en nuestro país?
La respuesta, por dura que sea, es que no. Al menos no mientras nosotros, los ciudadanos, no cambiemos primero.
Durante siglos, los mexicanos hemos esperado que el cambio venga desde arriba. Desde los tiempos de la Colonia hasta la actualidad hemos depositado nuestras esperanzas en líderes, nos independizamos, peleamos, generamos una revolución y elegimos presidentes creyendo que ellos resolverán mágicamente nuestros problemas. Pero la historia nos ha demostrado una y otra vez que esto es una falacia.
El verdadero cambio, el que perdura y transforma sociedades, siempre viene desde abajo. Comienza en los hogares, en las escuelas, en las calles de nuestras colonias. Y es ahí, precisamente, donde los mexicanos hemos fallado consistentemente.
Nos quejamos de la corrupción, pero ¿cuántos de nosotros hemos dado "mordidas" para evitar una multa o agilizar un trámite? Criticamos la inseguridad, pero ¿cuántos respetamos realmente todas las leyes de tránsito o los reglamentos municipales? Nos indignamos por la falta de oportunidades, pero ¿cuántos nos esforzamos realmente por mejorar nuestras habilidades o buscar alternativas más allá de lo convencional?
La realidad es que hemos normalizado la ilegalidad y la falta de ética en nuestra vida cotidiana. Y es esta normalización la que impide cualquier cambio real en nuestro país.
Para que México mejor, necesitamos una revolución. No una armada, sino una de conciencias y acciones cotidianas. Nos molesta que nos exhiban cuando nos estacionamos en zona indebida o nos pasamos la luz roja de un semáforo, pero hay actitudes básicas que pueden ir marcando diferencia.
En el aspecto económico podemos empezar por pagar nuestros impuestos de manera correcta y puntual, apoyar a los negocios locales y formales; o hasta incentivar el ahorro y la inversión responsable, en lugar de esperanzarnos en "flores de la abundancia".
En nuestra comunidad pocas veces buscamos involucrarnos en los diversos grupos sociales, ni se diga de respetar y hacer respetar los espacios públicos. Estamos tan divididos que promovemos poco o nada la inclusión y la diversidad en todos los ámbitos. Tristemente ahora vemos también las consecuencias de no combatir el machismo y la discriminación en todas sus formas.
Nuestra tendencia a querer que los gobernantes resuelvan todo nos hace informarnos poco y de manera crítica sobre los asuntos públicos, propiciando una participación baja en elecciones y eligiendo a cualquier perfil aunque carezca de conocimientos y capacidad. Por consecuencia, carecemos de capacidad para exigir rendición de cuentas a nuestros representantes.
Le mecánica deficiente de la funcionalidad gubernamental ha reducido nuestra tendencia a denunciar los delitos, por pequeños que sean; pero incluso a participar en programas de prevención del delito en nuestras propias zonas habitacionales. Así que esforcémonos al menos en educar a nuestros hijos en valores cívicos y respeto a la ley.
No vayamos tan lejos, para cambiar el país podemos primero cambiar adoptando hábitos de vida saludables y promoverlos en nuestra familia, participar en las campañas de vacunación; exigir y contribuir a mantener un medio ambiente limpio y sano.
Por sencillos que parezcan, estos cambios no son fáciles. Requieren un esfuerzo constante y muchas veces ir contra la corriente de lo que hemos considerado "normal" durante generaciones. Pero son necesarios si realmente queremos ver un México diferente.
La llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia es, sin duda, un momento histórico. Pero sería ingenuo pensar que su mera presencia en el cargo transformará mágicamente nuestro país. La verdadera transformación requiere el compromiso y la acción de cada uno de nosotros.
Como sociedad, hemos desarrollado una habilidad extraordinaria para evadir responsabilidades. Culpamos a los políticos, al sistema, a la historia, a todo y a todos, menos a nosotros mismos. Pero es hora de mirarnos al espejo y reconocer nuestra parte en los problemas que aquejan a México.
Nuestro país tiene un potencial enorme. Somos una nación rica en recursos naturales, con una ubicación geográfica privilegiada, una cultura milenaria y un pueblo trabajador y creativo. Sin embargo, hemos desperdiciado estas ventajas durante siglos debido a nuestras propias contradicciones y falta de compromiso con el bien común.
El cambio que México necesita no se logrará con discursos grandilocuentes ni con promesas de campaña. Se logrará con el trabajo diario y constante de millones de mexicanos comprometidos con hacer lo correcto, aunque nadie los esté viendo.
Imaginen por un momento cómo sería nuestro país si todos respetáramos las leyes de tránsito, si todos pagáramos nuestros impuestos correctamente, si todos nos involucráramos en nuestras comunidades, si todos rechazáramos la corrupción en todas sus formas. México sería irreconocible en el mejor sentido posible.
La presidencia de Claudia Sheinbaum podría terminar como una simple anécdota, como sucedió con el "cambio" de Fox y los últimos sexenioS, sino hacemos nuestra parte. Ella, como cualquier otro líder, solo podrá ser tan efectiva como se lo permita la sociedad que gobierna.
Es hora de que los mexicanos maduremos como sociedad. Es hora de que asumamos la responsabilidad de nuestro destino. Es hora de que dejemos de esperar que otros resuelvan nuestros problemas y comencemos a ser parte de la solución.
El verdadero cambio en México no comenzará el 1 de octubre en Palacio Nacional. Comenzará hoy, en cada uno de nuestros hogares, en cada una de nuestras decisiones cotidianas. Solo entonces podremos hablar de un México realmente nuevo y mejor.
La pregunta es: ¿estamos dispuestos a hacer nuestra parte?