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SORBOS DE CAFÉ

La dignidad puede esperar

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La dignidad puede esperar

MARKO LUKE

Es demasiado lo que me pide, señor- Reclamó con una voz que apenas se escuchaba.

El aún gobernador, quien no aceptaba un NO como respuesta, bebió de un sólo trago el coñac que le quedaba en la copa y se levantó acomodándose el saco.

Caminó hacía el aspirante a diputado mientras un par de guardaespaldas reacomodaban la posición entre los sillones por donde pasaba el mandatario.

Se detuvo frente a quien fuera uno de sus más jóvenes pupilos tapizándole el rostro con un olor a uva fermentada y tabaco rancio.

-¿Demasiado? Estás menospreciando una diputación?- Cuestionó irónico.

Reteniendo las ganas de vomitar, el aspirante nervioso buscaba las palabras correctas para no ofender a quien por años fuera el cacique más vil y corrupto que el estado pudo conocer.

-Pu-pu-pu pues no, no señor. Claro que no la demerito. Pero comprenda un poco que se trata de mí esposa- Se defendió titubeando.

- Y tu sabes que tu esposa siempre me ha gustado pa' tenerla en mi cama? - Reviró cínico.

El joven político no sabía como reaccionar. Una mezcla de ira e impotencia lo invadían, pero tampoco podía culpar del todo al Gobernador, él mismo había dado muestras de servilismo con tal de ganarse favores en el pasado.

Y sabía de sobra que el viejo deseaba a su esposa desde el día que la conoció.

Ante el silencio del marido ofendido, el "pequeño Cesar", como le apodaban aludiendo al emperador romano por decidir como tal, lanzó una última advertencia.

-Tienes hasta mañana en la mañana para decidir. - Se reacomodó nuevamente el saco y salió de la casa.

El aspirante, quien en ese momento fungía como secretario de obras públicas en el ayuntamiento de la ciudad, se quedó de pie, casi inmóvil en medio de aquella sala llena de muebles caros que tantas besadas de trasero le había costado.

Se dejó caer en uno de los sillones de color maple, y observaba su casa recién comprada gracias a las "mieles" que daba ser servidor público, sus lujos, el coche deportivo estacionado afuera, las joyas de su esposa, los viajes, etc.

Sabía perfectamente que, de manera "honrada" jamás hubiera podido tener la vida que llevaba hasta hoy, y no le desagradaba en lo mas mínimo.

Era un fiel seguidor de la frase "la política es el arte de comer mierda y no hacer gestos", pero cambiar a su esposa por un curul, no era comer mierda, era convertirse en eso.

Llamó a un par de personas consideradas como amigos para pedir un consejo o buscar una manera de hacer cambiar de parecer al Gobernador, pero en cuanto escuchaban que se trataba de atentar contra una de las voluntades del pequeño Cesar, se despedía y colgaban.

Estaba sólo en esto.

Nadie lo apoyaría dentro de su círculo político, decirle a un familiar, ni pensarlo, y preguntarle a la mujer que amaba era una burla.

Toda la noche la pasó en vela, justo en ese mismo sillón, sin hablar, sin levantarse, casi sin respirar.

Su mujer había ido de visita a su pueblo, a casa de sus padres, y la soledad en la casa se sentía diferente a otras veces. Mas pesada, densa. Esa misma tarde regresaría, pero para él yo no volvería a la misma casa.

A partir de la visita del mandatario, su vida sería diferente.

Darle una repuesta negativa no sólo significaba perder la diputación, sino que era volverse su enemigo.

Y lo pero de todo es que, el Gobernador siempre obtenía lo que quería. Tadeo sabía que, aunque él se negara a entregar a su esposa, el Pequeño Cesar la obtendría de algún modo.

Cuando los primeros rayos del sol entraron por una de las ventanas de la cocina, justo a sus espaldas, Tadeo, nombre que sus padres había elegido en honor al santo de las causas injustas, se levantó alarmado.

El reloj marcaba las 6:50 de la mañana, y el gobernador acostumbraba a solicitar respuestas justo cuando las manecillas marcaban las 7:06. Decían que porque, esos dos números sumaban 13, y para el gobernador la mala suerte caía sobre quién lo ignoraba.

No supo qué hacer, y entre su agobio y la falta de sueño su pensamiento más claro fue subirse a su coche e irse de la casa.

Era una afrenta, pero podía pensar en un pretexto, o ir y estrellar el auto para quedar herido y culpar a un accidente. Cualquier cosa era mejor que enfrentar sin respuesta al gobernador.

Se desconectó del mundo. Huyó a una de las carreteras mas desoladas del estado, no estaba muy lejos, pero si lo suficiente para no tener señal de celular y donde nadie lo reconociera.

Escrito en: SORBOS DE CAFÉ quien, casa, esposa, justo

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