Sucesos

LEYENDAS URBANAS

La Llorona: ¡Ayyy mis hijos!

La mujer que no descansará hasta encontrar a sus vástagos.

La Llorona: ¡Ayyy mis hijos!

La Llorona: ¡Ayyy mis hijos!

FERNANDO RAMÍREZ H

El Día de Muertos es una fiesta mexicana que realizamos para honrar a nuestros seres queridos que partieron de este mundo. Hay un personaje célebre en esta época del año, la cual es retratada por medio de historias, canciones, calaveritas y mercancia. Esta mujer sufrirá hasta la consumación de los siglos por la pérdida de sus hijos: La Llorona.

Eran los primeros años del siglo XVII, tiempo en que nuestro país solía ser la Nueva España bajo el mandato del virrey Juan de Mendoza y Luna. Durango era la capital de la Nueva Vizcaya, un reino castellano que estaba asentuado en la zona norte. En ese entonces, existió una mujer llamada Susana de Leyva y Borja, dama duranguense de 20 años que fue conocida por su gran belleza que deslumbraba a todos los jóvenes del pueblo. 

Arribó a Durango un hombre llamado Gilberto Hernández y Rubio de Mártinez y Névarez, caballero de la Orden de Santiago y Oidor del Santo Oficio. Aquel individuo iba cabalgando un corcel negro en la Plaza Mayor (hoy Plaza de Armas), ahí conoció a Susana. Ambos quedaron enamorados en un instante, Gilberto quedó cautivado por la divinidad de la chica, y Susana quedó encantada con la gallardía del joven. 

Con el pasar del tiempo, el noviazgo de Gilberto y Susana se consolidó. Sin embargo, el padre de la bella chica le prohibió mantener un romance con un hombre de sangre española. La muchacha protestó, pero su progenitor la mandó a callar y le exigió que siguiera sus órdenes. 

Una noche lluviosa, Susana escapó de su hogar para huir a los brazos de su novio. Gilberto improvisó una casa de campo, situada entre Negrete y Regato, ese fue el hogar secreto de los enamorados, donde vivían su amor de manera clandestina. Transcurrieron los años y la pareja procreó a 3 hijos, pero no estaban casados, algo que molestaba bastante a Susana, quien le exigía a Gilberto en reiteradas ocasiones que contrjeran nupcias para registrar a sus retoños. El español solo sonreía y le besaba la frente a su mujer, además de darle algunas monedas de oro.

Un domingo en la mañana, la chica acudió a misa en la Catedral de Durango, grande fue sorpresa al escuchar un anuncio sorpresivo tras el evangelio, el Sr. Cura anunció:

“La noble señorita doña Marcela Jiménez de Alanís y Ballesteros se propone contraer matrimonio con don Gilberto Hernández y Rubio de Martínez Nevárez, Caballero de la Orden de Santiago y Oidor del Santo Oficio”.

Susana, incrédula y con un profundo dolor, salió corriendo a la casa de Gilberto que estaba en la calle Hidalgo entre Pino Suárez y 5 de febrero (ese era su domilicio legítimo, la de Negrete era su casa chica). En vez de reclamar, se puso de rodillas y le rogó que no la dejara. El padre de sus hijos le contestó: "No vuelvas a cruzarte en mi camino, eres ajena a mi linaje. Tú eres una mestiza, hija de una india indeseable. Tu padre hizo mal en darte el nombre que no mereces".

El cobarde españolete la golpeó con su bota y la dejó tendida en el suelo, corriendo lágrimas de dolor y humillación por parte de la pobre mujer.

Llegó el día del casamiento. Gilberto llevó a doña Marcela al altar para unir lazos matrimoniales en la ostentosa Catedral. Una dama elegante se acercó discretamente a la pareja, simulando que colocaría el lazo. Sin embargo, apuñaló al novio en la espalda y su pecho, el caballero castellano cayó al suelo desangrado, murió instantáneamente.

La mujer perdió el juicio, totalmente desquiciada salió corriendo del templo hasta su casa. Sabía que enfrentaría al Tribunal del Santo Oficio por el delito de homicidio, procedió a llevarse a sus tres hijos para emprender la huida. Las autoridades la persiguieron hasta la Acequia Grande.

Sintiéndose acorralada, Susana degolló a sus vástagos para después lanzarlos al arroyo, y se apuñaló en el corazón para terminar con su existencia.

La sociedad duranguense de la época quedó conmocionada con la tragedia, peor aún cuando en esa tarde de mayo escucharon el escalofriante grito: ¡Ayyy mis hijooos! que recorrió toda la calle de Negrete, esa es la razón por la que ese trayecto se llamó "La Calle de La Llorona" por 200 años.

Susana vivirá atormentada por matar a sus propios hijos, es un pecado que la sigue remordiendo después de la muerte, a partir de ahí se convirtió en La Llorona. 

Escrito en: Plaza de Armas leyendas de Durango Gilberto, Susana, Santo, quedó

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Sucesos

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas