La Navidad en Durango: un legado de tradiciones
La evolución de la celebración de Navidad en Durango representa un interesante elemento en el que se entrelazan la evangelización colonial, la migración europea y las tradiciones mexicanas.
Según revela Javier Guerrero Romero, cronista de la ciudad, esta celebración comenzó a tomar forma con la llegada de los misioneros franciscanos, quienes enfrentaron el desafío de transmitir el mensaje evangélico a una población que no compartía su lengua.
"Los franciscanos introdujeron el teatro edificante o evangelizador. Ante la barrera lingüística, las representaciones teatrales se convirtieron en su herramienta principal para narrar los pasajes del Evangelio".
De estas representaciones nacerían dos tradiciones que perduran hasta hoy: las pastorelas y los nacimientos vivientes.
Conforme avanzaba la cristianización, las tradiciones navideñas se fueron arraigando en el tejido social duranguense. Las posadas, inicialmente celebradas en las parroquias, se extendieron gradualmente a los barrios conforme la ciudad crecía.
Pero incluso en las posadas quedaba implícita la diferencia que existía entre las clases sociales de la época colonial, pues mientras los potentados tenían posibilidad de realizarlas de casa en casa y encabezadas por los mismos sacerdotes; en las zonas humildes se hacían de un rincón a otro de las casas.
Un elemento fundamental al concluir cada posada era la piñata, que nació originalmente con una forma de estrella de siete picos, que simbolizan los pecados capitales, y el acto simbólico de romperla era la representación de vencer al mal.
SAN NICOLÁS: DEL SANTO AL SANTA
Un capítulo particularmente interesante en la historia navideña de Durango es la transformación de San Nicolás de Bari en Santa Claus. La devoción al santo italiano, conocido por su generosidad con los niños, está documentada en la ciudad desde el siglo XVIII. La imagen del santo se conserva aún en el templo de Santa Ana, aunque curiosamente su culto se originó en la iglesia de San Agustín.
La figura actual de Santa Claus llegó con las oleadas migratorias posteriores a la Independencia de México. Europeos del norte y norteamericanos trajeron consigo la tradición del Papá Noel, que alcanzaría su imagen definitiva como el hombre rechoncho vestido de rojo gracias a las campañas publicitarias de Coca-Cola en los años 30 del siglo XX.
EL ÁRBOL PRUSIANO
Uno de los elementos más emblemáticos de la Navidad duranguense tiene un origen sorprendentemente preciso. El árbol de Navidad fue introducido por la comunidad prusiana alrededor de 1872-1873, específicamente en el almacén de Maximiliano Dham, actual edificio Banamex, mejor conocido como la casa del Conde de Súchil.
"Aquel primer árbol, nevado con brea, iluminado con velas y decorado con esferas, causó tal impacto que la costumbre se propagó rápidamente entre las familias locales", relata el cronista de la ciudad.
De este encuentro cultural surgió una singular fusión que se generó al combinar el nacimiento tradicional con el árbol de Navidad, una práctica que persiste en muchos hogares duranguenses.
LUCES Y SABOR
La decoración navideña de la ciudad tiene sus orígenes en los años 40 del siglo pasado, cuando la Cámara de Comercio organizó los primeros concursos de aparadores navideños. Esta tradición, que comenzó como una iniciativa comercial, fue adoptada por el Ayuntamiento en los años 60, transformándose en el alumbrado público que hoy conocemos.
El aguinaldo, otra tradición esencial, tiene sus raíces en la historia del propio San Nicolás de Bari, quien según la tradición obsequiaba bolsas con dulces o monedas a los niños necesitados. Esta práctica evolucionó hasta convertirse en la gratificación navideña que conocemos hoy.
LA ESENCIA PERMANECE
La celebración de la Navidad en las antiguas provincias internas de occidente y oriente, donde se ubicaba Durango junto con Coahuila, Chihuahua, Tamaulipas y Sonora, tiene una historia que se remonta al periodo colonial, con rituales que, aunque familiares a nuestros ojos modernos, guardaban sus propias particularidades, según la perspectiva del historiador Luis Carlos Quiñones.
"En aquella época, la celebración era estrictamente litúrgica. Se replicaba lo que se hacía en la Ciudad de México, centrándose en la misa de la Natividad, que solía celebrarse en la tarde-noche, similar a las misas 'de gallo' que conocemos hoy", comentó. Un punto crucial que resalta Luis Carlos Quiñones es la transformación del significado de la Navidad con la llegada de la modernidad, que se intensifica con la contemporaneidad. Lo que antes era un ritual litúrgico se ha transformado en una fiesta, donde se conserva la representación del nacimiento y los misterios gozosos, pero se ha perdido parte de la profundidad del ritual original. No obstante, destaca que aún existen familias que conservan la tradición original del peregrinaje y el canto.
A pesar de los cambios, el historiador enfatizó que la esencia de la celebración navideña permanece: "la Natividad sigue siendo un hito trascendental que marca una nueva forma de concebir a la humanidad, con una esperanza de futuro y fraternidad". Esta perspectiva histórica nos permite entender cómo la Navidad duranguense, aunque conserva sus raíces coloniales y religiosas, ha evolucionado para incorporar nuevos elementos culturales, creando la tradición que conocemos hoy.
La Navidad duranguense es así un testimonio vivo de cómo las tradiciones se entrelazan y evolucionan, creando una celebración única que combina la fe católica, las costumbres europeas y la creatividad local. Una historia que continúa escribiéndose cada mes de diciembre en las calles, templos y hogares de la ciudad.