Las quesadillas de huitlacoche
Las palabras son un patrimonio común de los hablantes. Nosotros las poseemos y a veces ellas nos poseen a nosotros. A veces las buscamos sin encontrarlas, otras veces las buscamos y las encontramos, pero en ocasiones ellas nos encuentran a nosotros.
Dicen los lingüistas que hay una posibilidad verdaderamente infinita de articular palabras, y lo dicen no de manera figurada, sino en serio. Esto significa que a pesar de que los seres humanos hemos inventado en todos los idiomas cientos de miles de palabras, todavía faltan muchas otras por inventar. Y no solo eso, sino que todavía faltan muchos cientos de miles de millones de textos por escribirse y otros tantos miles de millones de discursos por articularse. Debido a la infinita posibilidad de decir cosas, ni con el final de la humanidad se agotarán los textos que los humanos podamos escribir o pronunciar.
A los mexicanos del norte nos causa extrañeza que los habitantes de la ciudad de México nombren cosas de uso cotidiano con palabras o expresiones alejadas de nuestro modo de pensar, o de una lógica simple, como el llamar quesadillas a alimentos que no lo son, por ejemplo, a los tacos de flor de calabaza, huitlacoche u otro sabroso ingrediente.
Nos causa ruido este fenómeno de lenguaje llamado regionalismo porque cualquiera entiende que una quesadilla es de queso, como las limonadas son de limón y las mentadas de menta.
La palabra quesadilla no es más que una contracción de queso-en-tortilla, y todos entendemos esto sin necesidad de análisis. Por tanto, los tacos hechos con flor de calabaza tendrían que llamarse flor-de-calabazadillas o algo así, pero como es complicada la expresión, entonces en los lugares en que se acostumbran estas delicias, simplifican el dicho y componen la expresión "quesadillas de flor de calabaza" que para los norteños es contradictoria, o por lo menos no muy afortunada. En un momento posterior, la palabra designa al modo de hacer algunos tacos, específicamente los que se elaboran sin enrollar la tortilla, sino que solamente se dobla, pero además se fríe, y ya tenemos el concepto completo para que lo designe la voz quesadilla sin que importen sus ingredientes.
Hace no mucho tiempo, la misma gente llamaba a los refrescos "limonada" aunque no fueran de limón, sino de fresa, maracuyá y hasta de cola. Los norteños alegábamos que si era de durazno, debería llamarse duraznada y no limonada de durazno, pero los capitalinos y habitantes del centro de la república se defendían diciendo que se trataba de simplificar la expresión con un término genérico. Además, ellos se quejaban de que nosotros llamábamos soda a los refrescos.
El término que ellos impugnaban denodadamente, viene de ese vocablo inglés, soda, que es el bicarbonato de sodio, ingrediente infaltable en los primeros refrescos gaseosos. Entonces la denominación norteña no parece muy alejada del objeto al que designa, aunque se trate de un anglicismo no muy deseable.
El caso es que entre habitantes de distintas regiones existen discrepancias en la denominación de algunas cosas, a veces de uso muy cotidiano. Las diferencias nos dan identidad, pues cuando alguien del norte habla a capitalinos o a habitantes del centro del país, de inmediato lo reconocen y lo identifican, no solamente por el acento, sino por la designación de algunas cosas, como las que tratamos aquí.
El modo de hablar nos diferencia y nos da sentido de pertenencia. El idioma español nos distingue de otros hablantes, pero también hablar español como lo hacemos en la región lagunera, nos distingue de los capitalinos, de los yucatecos, de los tijuanenses y de muchos otros habitantes de las distintas zonas de México. Es bueno que los habitantes de cada rincón de México nos sintamos orgullosos de nuestro lenguaje, pues así nos enorgullecemos de nuestra identidad regional.