Los días cero del medio ambiente
Mientras la sequía empieza a ceder en algunas zonas del territorio nacional, se van definiendo temas fundamentales para una atención más enfocada a los saldos de desastre que han dejado más de tres años con escasas precipitaciones, uno de ellos y el más importante es la reciente elección presidencial, donde por primera vez en la historia del país, una mujer, la Doctora Claudia Sheinbaum Pardo, encabezará el Poder Ejecutivo y también se contará con un renovado Poder Legislativo.
Ambas figuras, seguramente con mayor conocimiento y sensibilizadas por la triste realidad de degradación y atraso que observaron en estos meses en miles de familias, sobre todo del sector rural y su entorno, habrán de tomar las acciones inmediatas y necesarias para iniciar un proceso de rediseño de leyes, normas, lineamientos, programas, instituciones y políticas públicas que permitan ir en apoyo de ellas y de la naturaleza, remediar los daños y buscar recuperar, de algún modo, las condiciones que la sequía ha destruido.
Daños que van desde la falta de empleo, mayor pobreza, afectaciones a la salud pública, pérdida de la biodiversidad y ecosistemas, incremento en la desertificación, más acuíferos sobreexplotados, escasez del líquido vital y contaminación, agotamiento, agrietamiento y hasta desaparición de cuerpos de agua, como si fuera una película de ciencia ficción de un futuro que ya nos llegó, y que ya esta aquí, con escenarios reales que llenos de tristeza y estupor vemos uno tras otro en distintas entidades de la república. Y todo entre 2023 y lo que llevamos de 2024.
Y es que nos está empezando a suceder lo impensable cada vez, no porque no lo hayamos sabido, sino por la rapidez con que están sucediendo los eventos de desastre ecológico o ambiental en México y en el mundo. Apenas nos sorprendimos hace dos años con el día cero de Monterrey y ya hemos estado cerca del día cero en la ciudad de México y su zona metropolitana.
Estamos en el día cero en el Lago de Pátzcuaro y en el Lago de Cuitzeo en Michoacán, en el Lago de Zumpango en el Estado de México; lo mismo en el Lago de Chapala, en Jalisco, por dar sólo unos ejemplos. En muchas de las principales presas del centro y norte del país, como es el caso del estado de Sinaloa, el mayor productor nacional de maíz, tiene sus 11 presas, otrora receptoras afortunadas de los abundantes escurrimientos de la Sierra Madre Occidental, secas.
Y así por el estilo, en algunas presas de Durango, Chihuahua, Sonora, Querétaro, Hidalgo, el Estado de México, en fin, hasta en algunas pequeñas presas de Chiapas, se están teniendo los niveles históricos más bajos de almacenamiento, en muchos casos por debajo de sus niveles de operación, es decir, donde ya no se les puede sacar nada de agua por gravedad a través de sus obras de toma, sino solo por bombeo. Es muy lamentable lo que nos sucede y aún sigue el problema creciendo mientras no se normalicen las lluvias de la temporada y estas alcancen cuando menos su promedio histórico.
El pasado 5 de junio, como cada año, se conmemoró el Día Mundial del Medio Ambiente, una fecha instituida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para enfatizar las condiciones en que se encuentra nuestro planeta dada la destrucción continua y frecuente de nuestro entorno ambiental. En esta ocasión abordando el tema de la restauración de la tierra, la resiliencia a la sequía y la desertificación.
Nos dice la ONU que cada año 12 millones de hectáreas de tierra cultivable se pierden debido a sequías y desertificación en el mundo y que, en ellas, se podrían producir 20 millones de toneladas de cereales. A ese ritmo sólo nos quedan 60 años de periodo cultivable porque las tierras degradadas muy difícilmente se recuperan. Por otro lado, la degradación y la ausencia de lluvias normales y sostenidas incrementan los precios de los alimentos conforme pasa el tiempo.
Hemos comentado aquí que en la disponibilidad de agua es donde primero se reflejan los efectos del cambio climático, fenómeno natural inducido que constituye hoy por hoy el principal desafio para la humanidad. La variación climática, aunada a la deforestación por tala o por incendios o incluso por plagas, va generando la desertificación, pérdida de suelo y erosión en las partes medias y altas de las cuencas, inhibe la atracción de humedad, genera grandes masas calóricas por efecto de la acción más directa de los rayos solares y termina alterando el ciclo hidrológico que solía presentarse históricamente.
A querer y no, estamos inmersos ya en un proceso que parece irreversible de alteración climática, y que va más rapido que lo que los expertos han pronosticado, y por más reuniones y esfuerzos internacionales que se han llevado desde 2015 en París, no se ve, al menos por ahora, cómo la podamos detener como sociedad a nivel mundial. Hay avances, pero estos no han sido suficientes.
Los incrementos anuales en la intensidad y frecuencia de los diferentes eventos de la naturaleza que elevan las temperaturas promedio globales y disminuyen la cantidad de lluvia en las masas continentales, entre más calientes estén los océanos, continuarán. Sólo nos queda adaptarnos, prevenir, ser resilientes, cambiar hábitos de vida, consumo y desperdicio, ordenarnos y tratar de sobrevivir sanamente.
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