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LETRAS DURANGUEÑAS

Los fantasmas de Sara

Los fantasmas de Sara

Los fantasmas de Sara

 OLGA AGUILERA

He viajado a la distancia de aquello que está en la memoria y lo que parece se ha ido, porque ahí donde se unen los recuerdos con otros, se hace un mirar a muchos olvidados.

Un poco antes de partir, mi madre habló conmigo << Sara, hazme caso, ¿A qué vas para allá? Es un hoyo lleno de maleza, que se une con el cielo y el infierno. La gente, sus casas; están olvidados. Ya no hay a que ir. -Mamá, ¿Qué hay de malo? Las raíces no se olvidan, es mi pueblo y el tuyo también. Un descanso me vendrá bien>> Aquel bullicio continuo, el peregrinar al trabajo, los ojos luminosos de edificios, gigantes vigilantes nocturnos de mí insomnio. Todo eso me distanciaba de la tranquilidad, y solo crecía el insistente deseo de regresar, a ese mundo pequeño en mis recuerdos.

***

Esas almas que pasan al espacio de la nada aparente, son las que se pierden de acá, donde la tierra se seca por fuera, pero por dentro hierve, ellas no regresan ¿A qué? Si ya son libres...

***

Al llegar al pueblo, vi las calles solitarias, en medio de casas de adobe desteñidas, otras parecían muy nuevas, estilo minimalista con grandes ventanales y portones eléctricos. Me estacioné frente a la plaza, con sus sauces llorones y añosos. Cerca, a unas cuantas cuadras estaba mi casa, la que habité en mi infancia, caminé hasta ella, ya en la puerta, se detuvo mi deseo de entrar. El sol se reflejaba en tono gris sobre la madera, y un picaporte que antes era dorado, ahora lucía negro, una ventana cubierta con cortinas viejas y algo rotas me dejaron ver un poco hacia adentro, pensé << ¿Para qué entras, Sara? No hay nadie, solo recuerdos que no quieres, pero si necesitas llorar, ¡anda, entra!, bien te dijo tu madre, ¡Eres terca como mula!>>. Frente, todavía a la casa, recordé al tío Damián, el compadre de mis padres, así le decíamos "tío" de cariño, era padrino de mi único hermano, Jaime. Decidí ir a visitarlo.

Aquellas pisadas me devolvieron a las calles empedradas que eran caminadas por una niña menudita, tez morena, ojos grandes y risueños con apenas siete años, tomada de la mano de su madre en el ir y venir de la casa a la escuela, tenían el mismo toque de entonces con sus casas coloniales que acentuaban lo antiguo del pueblo. Desde aquel cruce del tiempo, eché un vistazo panorámico donde también vi a mi padre con su pequeña Sara dialogando en una cafetería.

<<- Sarita, mira, si tomas un café con pan por la mañana, te mantendrá con los ojos bien abiertos todo el día. Qué bueno que hoy me acompañas a desayunar, cuéntame ¿cómo te va en la escuela?

>>- Muy bien papá, dice mi maestra que ya leo mejor y que así podré aprender mucho>>. Desde entonces las tazas de café se hicieron frecuentes por las mañanas con papá. Al menos así lo hice hasta que se fue.

***

Las ánimas se levantan cuando la gente duerme, atraviesan paredes de aquí para allá sin descansar, su peso muerto se siente entre las sabanas del que duerme, hacen ecos de espanto en los sueños del culpable. Así deambulan toda la noche las figuras, que sin sombra se quedan, son espejos de almas vivas de un mundo infinito. (Fragmento del relato del mismo nombre).

***

Escrito en: letras durangueñas escritos Durango ojos, calles, café, mismo

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