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Sacrificar y matar

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Sacrificar y matar

Sacrificar y matar

J. SALVADOR GARCÍA CUÉLLAR

Con cierta frecuencia encontramos el uso de los verbos sacrificar y matar como sinónimos perfectos, por ejemplo, hace tiempo leí en un periódico, versión digital, que en el rastro dejaron de sacrificar un número determinado de reses debido al inicio de la cuaresma, que hace bajar la demanda de carne.

Pero luego me puse a reflexionar si el verbo sacrificar está bien utilizado, y entre la maraña de pensamientos que se agolparon en mi endocráneo puedo poner por escrito lo siguiente:

Sacrificar viene de los vocablos latinos Sacrum y Facere. El primero significa sagrado y el segundo, hacer. Entonces sacrificar quiere decir convertir en sagrado, o hacer sagrada una cosa, por eso cuando los antiguos ofrecían animales -y a veces hasta humanos- a los dioses, suponían que las deidades asumían a las víctimas y las integraban a su ámbito divino.

Un sacrificio diviniza o hace sagrado el animal o el humano sacrificado. Aquí podemos recordar que en una ocasión el patriarca Abraham sacrificó varios animales a Yahvé en un altar, entonces unas aves de rapiña intentaron aprovechar la ocasión para devorar los cadáveres, Abraham los espantó indignado, e hizo bien, pues los animales muertos estaban destinados a Dios, no a carroñeros tan grotescos como los buitres. El novillo, la cabra, el carnero, la tórtola y el pichón ofrecidos por el padre de los judíos se habían convertido en sagrados puesto que Yahvé ya los había recibido, y de ninguna manera podía permitir que esos horrendos pájaros se los comieran.

Tal vez suceda lo mismo con el toro de lidia en la fiesta brava. Ahí el semoviente no se mata impunemente, sino que quien lo hace se arriesga a correr la misma suerte, pero además el toro lucha por su vida y se enfrenta al toreador en fiera y singular batalla (así lo diría Cervantes). Como podemos entender, en el coso el toro se sublima hasta el punto en que el público experimenta emoción estética, incluso los cronistas llaman al astado "su majestad" por la importante función que tiene dentro de la fiesta. Según lo anteriormente dicho y muchas otras cosas implicadas en la tauromaquia, el toro se sacrifica, es decir, se convierte en sagrado.

No sucede lo mismo en el rastro, donde se mata a las reses, mansas y bravas, sin más trámite que hacerlo directamente, sin dignidad de parte de la víctima y sin rodeos artísticos de parte del victimario, al contrario, lo grotesco impera sobre lo estético.

Por tanto, en el rastro los toros no se sacrifican, simplemente se matan, por algo a esa actividad le llamamos la matanza, no el sacrificio, la lidia u otra denominación que salve a la situación de la ordinariez.

Tal vez algunos lectores no estén de acuerdo con la celebración de las corridas de toros, pero esta discrepancia no los llevará a negar la diferencia entre matar y sacrificar, y además pueden aceptar que la lidia es más un sacrificio estético que una ordinaria y simple matanza.

Antes de la venida de los europeos a tierras mexicanas, los aztecas y otros pueblos hacían sacrificios humanos. Ellos organizaban las llamadas guerras floridas para proveerse de carne para inmolar, es decir, primero, en el campo de batalla mataban a quienes se les oponían en las incursiones para conseguir personas sacrificables, luego inmolaban a los cautivos en los altares de los templos. Mataban a los guerreros y sacrificaban a las víctimas de los dioses. A los primeros los enviaban al Micltán y a los segundos a la gloria de lo sagrado, precisamente porque no se trataba de una simple matanza como sucedía en las guerras floridas, sino que la situación ya cambiaba a la inmolación, una actividad que diviniza a la víctima para que las deidades les fueran propicias a los victimarios.

Escrito en: OPINIÓN EDITORIALES toro, sacrificar, lidia, animales

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