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Sobre los lugares fantasma

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SAC NICTÉ CALDERÓN

Cuando era niña y viajaba por carretera, creía que los indicadores de alineamiento llamados "fantasmas" eran fantasmas de verdad. Creía que, cuando mi papá me advertía antes de cruzar frente a uno, mientras manejaba de noche en la sierra duranguense, no era para que cerrara los ojos, sino para que prestara atención.

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Todos conocemos una historia de fantasmas.

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Para no perder la costumbre de que Itinerante sea todo menos una columna, este es, en realidad, una serie de fragmentos extraídos de un ensayo publicado en La Desvelada.

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La ciudad en la que mi abuela esperaba era un incendio al final de la carretera ("¿alcanzas a ver cómo todo se está incendiando, menos nuestra casa?", me decía mi abuelo cuando viajaba con él y, al dar vuelta en una curva, la ciudad aparecía iluminada). La de mis padres, en plena sierra, era un bosque encantado. La carretera era sumergirse en ese puente: mitad incendio, mitad bosque encantado. Al final del viaje, la que emergía era yo, una versión ligeramente distinta para cada extremo del camino.

Así, entre incendios y bosques estaban mi familia, mis amigos y mis mascotas. Y estaban mis casas. Y la escuela, los callejones, las tienditas.

Cada uno de estos espacios era habitado por fantasmas. En la casa de mis padres, había alguien que se aseguraba que despertaras a tiempo para ir a la escuela. En la casa de mis abuelos, alguien que jugaba con nosotros desde la terraza. En la primaria, espíritus que nos observaban desde la casa vecina, una propiedad abandonada.

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"El fantasma es una metáfora muy poderosa de la memoria", dice Mariana Enríquez en una entrevista con Olmo Balam.

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Dejé la ciudad-incendio a los veintitrés. Mi casa en el bosque la había dejado antes, a los diecisiete. Cuando volvía, era para dormir con tranquilidad y estar con mis perros. Mi casa, esa casa, era una burbuja por la que no pasaba el tiempo. Por siempre las mismas medidas, el mismo olor y la misma disposición en los objetos que la habitan. Si yo crecía, ella crecía conmigo, en ese ejercicio de cerrarnos al mundo para no ver más allá.

¿Qué había fuera de mi casa? No lo sé, no me importaba.

Ya una vez, hace un par de años, me había encontrado de frente con un retrato del presente. Descubrí que una de las casas de mi infancia, la de mis tías abuelas, era más pequeña en la realidad que en mis recuerdos.

"Descubrir", como si fuera un secreto y no algo a la vista de todos.

Ahí, como ahora, escribí para tratar de sanar el sentimiento.

Me pregunto qué dice de mí el abrazar con tanta fuerza un recuerdo que, respetando su naturaleza, se diluye poco a poco.

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Casas, escuelas, lugares, que abren fracturas en mí cuando me muevo a un nuevo espacio.

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En Los Ingrávidos, Valeria Luiselli crea una narradora que escribe para completar los vacíos en su pasado. Citando a Teresa González Arce, elige no sacrificar el plano de la ficción ni el de la realidad, y los hace convivir. El afantasmamiento ocurre aquí, cuando espacios que parecen contrarios empiezan a cohabitar.

Memoria y espera.

Filosofía de umbrales.

Si habitara una novela de Valeria Luiselli, sería uno de esos personajes que se afantasman.

Porque asomarse a la memoria es como intentar ver el mundo a través de un fantasma. Como intentar manejar en una carretera repleta de niebla.

Y, en realidad, siento que yo soy el fantasma que ronda estos lugares de mi infancia.

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"Una mujer que escribe (o reescribe) y que alguna vez fue un fantasma", escribió Vivian Abenshushan en Permanente obra negra.

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Entre mis muchas contradicciones, está la siguiente: ansío el cambio, pero le temo también. Me aferro a la imagen en que esas casas, la escuela, la tienda, son gigantes y niego la realidad, en la que ocupan apenas un par de metros, en la que la pintura se ha desgastado, los árboles han desaparecido y ocupan su lugar construcciones que, en mi necesidad de rechazarlas, encuentro espantosas.

El movimiento trae quiebres. Una mudanza no representa romper con todo lo que existía antes, como pensaba cuando era más joven, pero sí representa una alteración, como una estría delgadita que aparece de pronto en las rodillas, cuando nos estiramos sin que el cuerpo alcance a procesarlo, o un tatuaje que elegimos.

Poblada de fantasmas, habito estas pequeñas fracturas.

X: @SNGCALDERON 

Escrito en: recuerdos lugares fantasmas ITINERANTE fantasmas columna realidad,, casa, bosque, que,

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