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Sobre un cronista y un fotógrafo (para recordar a Monsiváis)

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Sobre un cronista y un fotógrafo (para recordar a Monsiváis)

SAC NICTÉ CALDERÓN

En las primeras páginas de "Maravillas que son, sombras que fueron", Carlos Monsiváis declara como una de las obsesiones de la fotografía mexicana a la intención de "hallar la imagen irrepetible que devele (entregue) el sentido de una (de la) realidad nacional". A lo largo del libro, el escritor traza breves perfiles sobre los nombres que han formado la fotografía en el país: Ava Vargas, los Casasola, Sotero Constantino Jiménez, Lola Álvarez Bravo, los hermanos Mayo, Gabriel Figueroa, Graciela Iturbide, Armando Herrera, Héctor García, Lourdes Grobet, Mariana Yampolsky, Rogelio Cuéllar, Rafael Doniz, entre otros. Algunos mantuvieron obsesiones distintas a las del común denominador; otros, sin embargo, ayudaron a mantenerlas.

Manuel Álvarez Bravo también aparece en este repaso de instantáneas de Monsiváis. ¿Por qué destacarlo? Porque quizá sea el fotógrafo al que más críticos han considerado como el mayor representante de la fotografía latinoamericana del siglo XX. Su obra es continuamente recordada como un espejo de la "esencia mexicana".

Sin embargo, en esta clasificación hay un error. Cuando se habla de "esencia mexicana" la memoria recurre a las imágenes de María Félix en un rebozo, Pedro Infante en una cantina, los sombreros de los charros, los vestidos de las indígenas, las Adelitas en los trenes de la Revolución. El país colorido. Colores en los mercados, en las telas, en las iglesias. Manuel Álvarez Bravo no retrató nada parecido.

"Al trabajo de Álvarez Bravo, Diego Rivera lo declara milenario y mexicano, de raíces y sustentación prehispánicas; Breton lo incorpora a la conciliación surrealista de los extremos; Villaurrutia lo juzga poesía obsesionada por la muerte". Monsiváis acierta cuando escribe que "ante un nuevo medio expresivo, todos actúan de acuerdo a intereses previos". Rivera, Breton, Villaurrutia, los textos que recoge Monsiváis en "Los ojos, dioses del paisaje", clasifican a Bravo de acuerdo a los temas que tocan sus propias obras, como una forma de llevar el "nuevo medio expresivo" a la base ideológica de una corriente anterior, a sustentar sus propias propuestas estilísticas. Monsiváis, por su parte, se encarga de desmentirlos.

Lo que mueve a este texto es tratar de explicar que tanto Monsiváis como Álvarez Bravo alejaron a los mexicanos de los estereotipos heredados de una tradición marcada principalmente por la Revolución Mexicana, que encerró a México en un tratamiento homogéneo, alejado de la realidad, y trataron de construir, intencionalmente o no, otra identidad mexicana, y que, a través de su descripción del trabajo de Manuel Álvarez Bravo, Carlos Monsiváis describía, sin darse cuenta, su propia obra.

Para Monsiváis, las fotografías de consumo popular tienen tres características: "delatan predilecciones, emociones y curiosidades", y en conjunto forman la imagen "típica" de México: estrellas, actrices, cantantes, bodas, madres, el hambre, la pobreza, el desamparo. Una vez aprendida la fórmula, es fácil repetirla, y existe un límite débil entre retratar la realidad y continuar formándola a gusto del creador. Cualquiera puede rastrear imágenes así en la historia de la fotografía del país: han permanecido al frente de exposiciones y galerías, en su mayoría con la clara intención de continuar moldeando la visión popular de México. Manuel Álvarez Bravo no perseguía ninguna de estas intenciones.

Lo interesante es que Monsiváis tampoco.

En el ensayo "¿Y quién creó a los creadores?", Bourdieu se pregunta "si lo que tienen en común todos los productores de bienes culturales de una época no es esa especie de vulgata distinguida, esa serie de lugares comunes elegantes que el tropel de ensayistas, críticos y periodistas semi-intelectuales produce y disemina, y que es inseparable de un estilo y un humor. Esta vulgata que es, claro, lo que está más 'de moda', es decir, lo que envejece más rápido, lo más perecedero, dentro de la producción de una época, es sin duda también lo que más tiene en común el conjunto de los productores culturales".

Monsiváis y Álvarez Bravo escapan a esta clasificación. Si Álvarez Bravo simplemente construye una fotografía, sin otorgar prejuicios a sus personajes, Monsiváis hace lo mismo en sus crónicas. Si el mapa de la realidad mexicana que presenta Monsiváis es un "autorretrato", construido a partir de sus gustos personales y manías, él declara lo mismo sobre Álvarez Bravo y cualquier acercamiento a la obra del fotógrafo lo confirma: lo erótico, el humor y lo inquietante son algunas de las señas del conjunto, como la ironía y la oralidad marcan las publicaciones de Monsiváis.

"Es el estilo lo que hace que una fotografía sea lenguaje", escribió Barthes. Monsiváis y Álvarez Bravo se unen en estilo, en la originalidad de la mirada.

Escrito en: ITINERANTE Álvarez, Monsiváis, Bravo, fotografía

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