Tiempo
La palabra Tiempo nos viene del sustantivo latino Tempus, que en épocas muy antiguas significaba extensión o medida. En griego existía la palabra Cronos, de la que se derivan neologismos y cultismos más que voces del habla cotidiana.
El concepto del tiempo ha enredado hasta a los más eminentes filósofos. Aristóteles lo concibió como una medida del movimiento según un antes y un después, es decir, el tiempo es relativo porque depende del movimiento. Luego santo Tomás de Aquino repitió el concepto aristotélico y añadió que el tiempo es una creación de Dios, por tanto el hombre, como creatura, lo concibe de manera relativa al movimiento, que a su vez es una circunstancia de lo creado.
Siglos después Immanuel Kant abordó el concepto del tiempo y dijo que es una categoría humana, es decir, el hombre, por naturaleza, tiene en su mente el tiempo y capta las cosas dentro de esta condición sin la cual nada del mundo exterior a nosotros podríamos conocer. A su vez, Martin Heidegger nos dice que el tiempo es existencial y está relacionado con la angustia por la muerte. Angustia y muerte son imprescindibles para pensar sobre el tiempo.
Por su parte Albert Einstein afirma que tiempo y espacio son una realidad única y su captación depende del observador. Además la gravitación puede torcer (algunos traducen "curvar") esta realidad dual, que se ralentiza con la presencia de grandes masas de materia; también, si un móvil alcanza una velocidad cercana a la de la luz, el tiempo se altera.
Lewis Carroll en su novela Alicia en el País de las Maravillas nos presenta una concepción del tiempo surrealista. Ahí el tiempo no es lineal y constante, sino fluido, flexible y a veces hasta absurdo. En algunas ocasiones, el tiempo es personificado y se convierte en un interlocutor más de la historia. Alicia tiene una conversación con el Tiempo, quien se muestra como una entidad caprichosa y manipuladora.
Salvador Dalí nos ofrece una imagen onírica del tiempo en su obra La Persistencia de la Memoria. Este cuadro nos presenta un tiempo que se deforma, se estira y se contrae. Los relojes derretidos simbolizan la relatividad del tiempo, y sugieren que éste no es una entidad fija, sino que puede experimentar alteraciones dependiendo de la percepción individual.
Nosotros los de a pie, no tratamos de explicar este abstruso concepto, preferimos aprovecharlo, dejarlo pasar, y en el mejor de los casos, disfrutarlo.
Un modo de disfrutarlo es ver las extrañas y felices coincidencias en el tiempo, como las que ahora le propongo.
Cuando Renato Leduc era un imberbe chamaco, tomaba cursos con el maestro Julio Torri; por ese tiempo se juntaba con unos compañeros a quienes, al igual que a él, les interesaba la poesía. Aquí tenemos la primera feliz coincidencia en el tiempo.
Uno de esos compañeros le propuso a Leduc un reto: si podía rimar la palabra tiempo para hacer un poema. Sabemos que para este vocablo no existe en español otra voz que rime con él. Leduc aceptó el desafío y compuso su emblemático soneto Tiempo. Esta es otra coincidencia, pues el reto se hizo precisamente en el tiempo en que el joven poeta estaba en óptimas condiciones para crearlo.
Otra venturosa coincidencia en el tiempo se da cuando Rubén Fuentes, el compositor de cabecera para varios buenos intérpretes de rancheras, entre ellos Pedro Infante y Lola Beltrán, compuso la música para este poema. No contamos con información detallada sobre las circunstancias en que se creó esta melodía, pero lo cierto es que la belleza de la letra de Leduc, sumada a la melodía cautivadora de Fuentes, ha hecho de esta composición una joya del cancionero popular mexicano.
Pero no se detienen ahí las coincidencias en el tiempo (¡Ay, cuánto tiempo!), porque a mediados de los años setenta existían dos grandes talentos del canto que hasta entonces no se habían reunido para interpretar alguna composición, se trata de Marco Antonio Muñiz en el culmen de su madurez interpretativa, y José José en sus años de juventud. Ambos juntaron su propia tesitura, textura y timbre para entregarnos una interpretación muy creativa, aunque el oxímoron le parezca extraño al lector. El tiempo los hizo coincidir en una versión fabulosa que se equipara, por su elevada calidad, a la creación poética de Leduc y a la musicalización de Fuentes.
El tiempo unió personas, talentos y circunstancias varias para que, en un mismo crisol, se fundieran todas estas creaciones, que, separadas, ya de por sí son obras maestras del arte cada una en su especialidad, pero juntas nos ofrecen una extraordinaria mixtura de grandiosos elementos difícil de encontrar con la perfección que cada una de ellas tiene.
¡Sabia virtud de conocer el tiempo!