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Una cochinada

Recuerdos de una vida olvidable

Una cochinada

Una cochinada

MANUEL RIVERA

Nota inicial: el primer equipo de televisión que formé lo llamé "El cochino feliz" y en mi experiencia surrealista como administrador de una propiedad rural cumplí rigurosamente con la norma de bañarme en tres estaciones, antes de ingresar al área donde estaban confinados los chanchos. Siempre he respetado al cerdo.

"Una cosa es ser marrano y otra presumir el exceso de trompa", parafraseé durante la mañana el conocido refrán que reconoce la naturaleza de los puercos, pero no su ostentación.

Repaso entonces una y otra vez mi memoria hasta convencerme de que fue real el hecho que presencié en la pequeña y polvorienta plaza de un árido ejido del municipio de Mina, Nuevo León, cuya centena de habitantes existió un rato para el aspirante a diputado con quien yo trabajaba.

Justo cuando el candidato comenzó a pronunciar su mensaje y eran entregados modestos artículos utilitarios a la audiencia, inició una tímida llovizna. Sin inmutarse, manteniendo su halo mesiánico, mi cliente dijo con total seguridad: "¡Les hemos traído hasta la lluvia!".

Ni él ni nadie más sonrió tras esa mención y otras acerca del supuesto poder del PRI y los beneficios que el aspirante le atribuía otorgar.

Cuando el pecado es grande, nunca sobra confesarlo dos veces. ¿A qué obedece esta frase semicélebre? Sencillo: a dejar nuevamente asentado que durante muchos años compré la despensa prestando servicios de comunicación y estrategia a personajes como el referido.

Decir que no participé en la política entendida como la manipulación de las necesidades de muchos para la conveniencia de pocos, sería lo mismo que borrar de mi vida más de 40 años con la intención de reaparecer hoy impoluto.

Sé bien que purificar mi pasado apenas sería posible integrándome al partido en el poder, lo que admito podría transformarme de cómplice de la villanía en cruzado de la santidad, sin embargo, aunque en privado reconocería que mi corazón aún late por un empleo en cualquier punto de la geometría política, en público declaro que ahora únicamente estoy dispuesto a mentir sobre mí.

Después de liberar medianamente mi conciencia con esa aclaración no pedida, evidente confesión manifiesta, retomo el tema de la extensión de la trompa, definida como la "prolongación muscular, hueca y elástica, de la nariz de algunos animales", de acuerdo con el Diccionario de la lengua española, término que, al igual que lo hacen muchos compatriotas, amplío para integrar en este la boca de nuestros semejantes.

Observado lo anterior, resulta difícil soslayar la expresión presidencial acerca de la declarada superioridad del IMSS-Bienestar con relación al sistema de salud danés, calificado en índices seguramente "neoliberales" o nostálgicos por los apoyos perdidos, como el mejor del orbe.

Tal dicho seguramente ofendió a muchas personas que viven con angustia e impotencia las carencias, no generales, del sistema nacional de salud.

Por supuesto, también dio motivo a la "oposición" necesitada de discurso, para denostar al presidente de la república, con toda razón, pero sin el respaldo popular ni el sustento moral requeridos por los señalamientos dirigidos hacia tan mayúscula burla.

A estas letras alrededor del abuso de la trompa, en su acepción mexicana, se agrega el reciente caso de la senadora panista de Aguascalientes, María de Jesús Díaz Marmolejo, quien compitió con el primer mandatario por la presea áurea en la indisciplina del incumplimiento de la regla elemental de los buenos voceros: "primero pienso y luego hablo".

"Al güey que vote en contra (tal vez quiso decir a favor de la reforma judicial) lo linchen al pendejo… que lo agarren a chingadazos y le den con todo al güey que no vote en contra de esta reforma", dijo la militante de un partido que parece aspirar a sólo ser "cazador de trompudos", en lugar de pretender convertirse en humilde pecador arrepentido, dispuesto a reconstruirse.

Sin duda, el sarcasmo proferido en torno a la salud, al igual que el exhorto incongruente para actuar con violencia y sin debate, merecerían galardones dorados si se instituyera el premio "La Trompa de Oro".

No es ironía, sí propuesta para el justo reconocimiento a la dificultad de cancelar la salida de la razón a través de la boca.

PD El candidato a diputado que afirmó ser creador de la lluvia, no alcanzaría el alto puntaje exigido para contender en ese certamen.

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