
Al llegar a Quebec
Quedé de verme al otro día con Fernández en Sous Le Fort, un restaurant cercano al funicular. Preferí irme a pie, para relajarme y después de una hora estar por ahí. Conocería sobre todo la ruta. Eufrosina me había informado sobre las vías del centro histórico. Conocer una ciudad es caminarla.
Me maravillaron los grandes árboles, con esos veteados verde amarillos que se aprecian siempre en los videos de Canadá. ¡Qué visión tan armónica con el medio ambiente! Uno es la naturaleza que lo rodea y lo protege. En mi travesía no vi un solo auto viejo, mal pintado o abandonado en la cochera. Las casas, con techos casi todas de dos aguas, mantenían su uniformidad arquitectónica. Notaba que cada cual andaba en lo suyo. Una forma muy particular de la comunicación: Yo estoy bien, si tú estás bien. Dediquémonos entonces a atender nuestra situación personal, que será la de los demás. Nosotros, los otros, diría el poeta.
Llegué a la cita, a tiempo. Bajé por una pendiente de casas de adoquín café obscuro y me deslumbré desde arriba de la avenida. Parecía que estaba ante un póster antiguo, inmenso. La mirada abarcaba todo el mural. El río Saint Lawrence ondulaba suavemente en los azules brillantes de las cinco de la tarde y apenas encima del agua, por la mano de un artista escondido, se trazaba un amplio sembradío de contornos blancos que tiraban a gris plateado. Y en sus riveras la luz caía desvanecida, arrimada a su propia sombra.
Admiré las añosas construcciones, altas, con remates de rectángulos y triángulos ¿dónde las había visto, en los grabados del Liber chronicarum, el incunable de nuestra biblioteca en Guadiana? ¿París, Nápoles, Padua, todo a la vez? la mayoría de varias plantas y de numerosas ventanitas que a lo lejos le daban un aire de cuento infantil, la página del libro perfecto. Pude ver el balanceo de las ramas limpiando el cielo abierto.
Me encaminé aprisa, entre un número cada vez más grande de turistas que tomaban fotografías, al amparo del sol reluciente.
-¿Por qué la Enciclopedia?-le contesté a Fernández con su misma pregunta. Fue mi compañera de trabajo. Siempre me ha importado. Y ahora más que nunca. Porque es a la vez lanza y escudo contra el fanatismo, aunque esto se oiga muy doctoral.
-Mejor dicho: ¿por qué la Enciclopedia aquí, precisamente en Quebec?
Después de Francia ¿hay otro lugar? Sí, los Estados Unidos, me dirás. Pero no hablo nada más de los registros especializados que puede haber aquí, de la tradición editorial localizable, sino de su legado más profundo: la lengua, para empezar, y el embrión democrático, el respeto a los derechos humanos. El rastreo de esta enorme herencia histórica y cultural puede resultar interesante. ¿No te parece?
-Y además de Quebec me puedo desplazar a Montreal o a otra ciudad, si hallo un ejemplar raro. Ojalá pudiera encontrar ediciones en cuarto de la obra.
-¿Hay aquí antecedentes teóricos sobre el tema?
-Tú sabes como historiador que siempre encuentras algo. Ya veré. Y en una de esas me hallo alguna sorpresa ¿no?
-¿Cómo qué?
-Los libros antiguos tienen como cierta magia.
-Eso no va con el espíritu de la Enciclopedia.
-De acuerdo, eso no va. Bromeaba. Por cierto, en el proyecto no faltará una parte sobre el México actual. El país de la Encyclopédie al revés. Sí, "México en sepia" sería el nombre del capítulo.
-¿Y el del libro?
-"La Enciclopedia en América". Será, así lo espero, un encuentro con la huella de los enciclopedistas: su obra y su influencia: La tolerancia, la libertad de expresión, el acuerdo pacífico, la búsqueda de la sana convivencia, la división de poderes, el ejercicio de la crítica y, principalmente, la lucha contra el fanatismo religioso y político.
-¡Vaya pues!
-Por eso te digo que será muy atractivo ver a México, a Canadá, a los Estados Unidos y a otros países latinoamericanos...a contraluz de la Encyclopédie. Por ahí va la cosa. Ojalá logre contar esta historia, así sea brevemente y en la medida de mis limitaciones. A eso viene a Quebec. (Fragmento de la novela "Diderot más allá del mar", publicada en 2024).