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GERARDO HERNÁNDEZ

Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.

Ryszard Kapuscinski

Cuando un político, alguno de sus muñidores o un capitalista incursiona en los medios de comunicación, cava su tumba. No la suya, sino la del periódico, estación o canal bajo su férula. Si las empresas adquiridas gozaban de credibilidad, la hacen añicos, pues no interesa la verdad, sino medrar y expandir sus negocios. De esa forma los medios devienen instrumentos de presión para ganar influencia, incidir en decisiones gubernamentales y obtener contratos. El furor de los políticos por los medios en Coahuila empezó en el «moreirato». Compraron membretes desahuciados para tener cotos de poder, pavonearse en las ceremonias oficiales y ser intocables. También tejieron sociedades, fracasadas, con siglas como las del autodenominado «gigante» y con hombres de paja.

En Estados Unidos también se cuecen habas, solo que a mayor escala. The Washington Post, institución emblemática, se volvió a meter en el ojo del huracán. El año pasado, lo hizo al vetar un editorial que pediría el voto por Kamala Harris. El diario, que salió a luz hace casi siglo y medio, quedó bien con Trump, pero no con sus suscriptores, más de 250 mil de los cuales se dieron de baja. El periódico dejó de ser el mismo desde que Jeff Bezos, fundador de Amazon y segundo hombre más acaudalado del planeta, después de Elon Musk, puso sobre la mesa 250 millones de dólares para quedarse con él en 2013. El nuevo escándalo involucra a Trump, al mismo Bezos y a la camarilla de potentados tecnológicos.

La periodista de origen sueco Ann Telnaes, segunda mujer en obtener el Premio Pulitzer en Caricatura Editorial, en 2001, renunció al Post en protesta por la exclusión de una viñeta considerada por los editores políticamente incorrecta. Los personajes son Bezos, su ahora exjefe; Mark Zuckerberg (Facebook/Meta); Sam Altman (Open AI); Patrick Soon-Shiong (propietario de Los Ángeles Times y del San Diego Union-Tribune); y el ratón Mickey Mouse (Walt Disney Company, dueña de ABC News). El grupo hace reverencia a una estatua del presidente Trump con bolsas repletas de dinero. La mayoría de ellos ha donado, individualmente, un millón de dólares para la toma de posesión de Trump.

La Asociación de Caricaturistas Editoriales Estadounidenses ha cerrado filas con Telnaes. Acusa al Post de «cobardía política» y solicita al gremio publicar la viñeta censurada. «La tiranía termina en la punta de un bolígrafo. Prospera en la oscuridad, y el Washington Post simplemente cerró los ojos y cedió como un boxeador borracho de golpes». Telnaes, a su vez, publicó un artículo en la plataforma Substack para explicar las causas de su dimisión. «Trabajo para el Washington Post desde 2008 como caricaturista editorial. (...) en todo ese tiempo (...) nunca me habían bloqueado una viñeta por culpa de a quién o a qué decidí apuntar mi pluma. Hasta ahora».

«Para que quede claro, ha habido casos en los que se han rechazado bocetos o se han pedido revisiones, pero nunca por el punto de vista inherente al comentario de la viñeta. Eso cambia las reglas del juego y es peligroso para una prensa libre. Como caricaturista editorial, mi trabajo consiste en pedir cuentas a los poderosos y a las instituciones. Por primera vez, mi editor me ha impedido hacer ese trabajo crítico. Así que he decidido dejar el Post. Dudo que mi decisión cause mucho revuelo y que será desestimada porque solo soy caricaturista». Telnaes se compromete a mantenerse firme en decir la verdad al poder a través de sus viñetas. El remate de su texto es un recordatorio y a la vez un desafío al periódico: «La democracia muere en la oscuridad». El lema lo adoptó el Post en 2017 bajo la presidencia de Bezos.

Escrito en: OPINIÓN EDITORIALES Post, Washington, medios, viñeta

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