El alma esta quieta, escucha lo de afuera, no responde al
Llanto del hombre, sabe que sufre, pero calla, no
Interfiere.
Lo ha visto hacer rabietas y desorden.
El alma es prudente sólo
Observa, no se mezcla.
Hace un tiempo para que él
Razone, y se aquiete su mente.
¿Por qué espera el alma a que termine tal suplicio?
Porque el alma le quiere aún sin merecerle.
El alma es perfecta, es buena, es de Dios llena.
Y el hombre, todavía está
Afuera, no se entrega.
Desde el puerto un mar adentro veo,
Un timón, un barco quiero ser, pero no puedo aquí me quedo.
Son las olas que en su vaivén me atraen como imán.
Anhelo ese ir y venir de ellas, es su brisa tan ligera
Que me desnuda por completa, sintiendo su frescura plena,
Ahí me quedo, en su
Profundidad eterna,
Mas no sería con sentido ese anhelo mío, ya que un amor es terrenal
Que me mantiene despierta y consciente de mi entrega, cual marea tienta,
Esta arena que se ciñe al mar, donde cada día navegar es
Fantasmal.
Despejar la mente, qué más quisiera de tantas penas, de un sistema- laberinto sumergido en la oscuridad es por voluntad.
Mar de Dios es esta quietud, con arrecifes de colores
Vivientes.
Templos creados, sagrados,
Lugares santos que el Señor ha dado.
Santo es el cuerpo que tengo, mi esfera entregada,
Ha sido utilizada un tiempo con sentido opuesto,
Heme aquí Señor, sedienta, ten misericordia, déjame
Entrar
En tu mar profundo, donde el arrullo del silencio me dará la paz.