Épicas del alacrán
I. Sobre la pared de adobes desnudos, como muchacha en pleno centro de la plaza, el alacrán coquetea: es ala que no vuela, ala sin lacra ni nardo...ala-crán. Hechizado por tanto silencio busca ecos solariegos. Es flechador del cielo, centinela de oquedades y escombros: mini dragón sin vuelo. Si sale a asustar amantes, es que el verano transpira entre hierbas.
II. Alacrancito mío, marcial guerrero, sal a visitar la tarde, adórnela tu realeza inmanente. Ándale, decora este domingo vestido de rutina. Benévolo depredador, no seas como tímido grillo que se calla al despertar de los sueños, mira cómo el reloj -a paso de tortuga- envenena más que tú los pensamientos.
III. En tardes de angustia, depresivas, como ésta, como muchas, el alacrán. Alacranean recuerdos y nostalgias de todos tamaños y colores, sin dejar ni un hueco en la conciencia. En su tránsito el alacrán refuta la historia, la ignorancia, la mala fe y la creaneana ingratitud.
IV. Aquellos que conviven con el alacrán, aquellos que lo cultivan, le ponen nidales, los aparean: aquellos que los cazan, que hasta en sueños les tienden trampas -cuidándolos como joya fina-, aquellos que los han hecho su emblema, saben, a ciencia cierta, que más allá de todas las mitologías, más allá del bien y del mal, el alacrán es oficio de familia.
V. La penumbra es su elemento. Es una sombra, dicen, apenas una mancha, acaso un rescoldo que prende su brasa del pavor. Fosforescencia inesperada: posa y reposa en horas de letargo, cuando la siesta incendia desesperanzas, y hasta las hormigas -ajetreadas- detienen su desfile.
VI. Odia a los violentos -sus desenfrenos y acosos- y aunque digiere sus maldiciones, después se las devuelve líquidas. Tal vez su antepasado arácnido también llegó acá por azar, por error o por instinto: apenas es un grito detenido, una exclamación, un ay, una queja encerrada en el llavero. No es que la tarde se deslave: el alacrán la narcotiza con su néctar. (Del libro "DI-VERSIONES y la artillería verbal de los poetas duranguentes", 2013).