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¿Estadista o dictador?

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ENRIQUE KRAUZE

Ático.- Trump no cree en los valores fundacionales de Estados Unidos. No obstante, la república americana sobrevivirá.

¿Qué sentirán, en sus inquietas tumbas, los Padres Fundadores? Ellos, que estudiaron minuciosamente a la república romana para prevenir la concentración de poder en una sola persona, estarán preguntándose qué detalle de su legado falló para que hoy su creación pudiera tomar el rumbo de su desdichada predecesora, destruida, tras quinientos años de expansión, por un dictador.

Alguien preguntó a Benjamin Franklin: ¿Seremos una monarquía o una república? Famosamente, respondió: "una república, si sabemos mantenerla". Se ha mantenido por dos siglos y medio. ¿Se mantendrá ahora? Probablemente sí, pero no deja de ser inquietante la llegada a la Casa Blanca de un presidente que no disimula su talante autoritario ni su simpatía por varios dictadores. No falta quien lo vea como el líder realista, claro y firme que exigen estos tiempos confusos y riesgosos, el hombre que mantendrá puertas adentro y defenderá puertas afuera los valores de la república, la democracia, la ley y la libertad. Parece altamente improbable.

La figura del dictador es igualmente romana, con un sentido distinto al actual. La República le confería poderes absolutos por seis meses y solo para casos de peligro excepcional. El arbitrio funcionó en muchas ocasiones hasta que apareció el temible Sila. Militar aristócrata, vencedor de diversas guerras, fue nombrado dictador, restauró los fueros del Senado frente a los tribunos del pueblo. También perpetuó la dictadura, promovió que le dijeran "Nuevo fundador de Roma", proscribió y reprimió salvajemente a sus enemigos. Si bien se retiró para escribir sus voluminosas memorias, el precedente quedó inscrito como una profecía: en 44 a. C. César sería el dictador perpetuo, amado por el pueblo.

Comparar a Trump con César sería una blasfemia. Recuerda un poco a Sila. (Sin sus talentos: Trump ha vejado la memoria de los soldados caídos en la Segunda Guerra Mundial. No sé si ha hojeado un libro, ni siquiera el publicado con su nombre). Es el defensor de los oligarcas que muchos electores ven como el caudillo del pueblo. Es el "Nuevo fundador de Estados Unidos". El poder que detentará es inmenso. El Partido Republicano lo obedece casi ciegamente y controla ambas cámaras. La Corte Suprema está en manos de ministros conservadores. Se ha mofado de las leyes y ha lanzado amenazas contra jueces, políticos y medios que le han sido adversos. Amnistiará a los golpistas que azuzó el 6 de enero de 2021. Trump, en una palabra, no cree en los valores cardinales de Estados Unidos. Trump cree... en Trump.

No es la primera vez que un caudillo populista aparece en la escena americana. En el siglo XVIII se dio dos veces el fenómeno del "Great Awakening", movimientos populares ligados a figuras mesiánicas. Ya sin esas tonalidades religiosas sino como abanderados del pueblo frente a las élites políticas y económicas, hubo al menos dos personajes carismáticos en el siglo XIX y principios del XX: Andrew Jackson (presidente de 1829 a 1837) y William J. Bryan, candidato que electrizaba a las masas con sus diatribas contra los barones de la Gilded Age. En el siglo XX, el péndulo del populismo osciló a la extrema derecha. Entre otros personajes, destaca el gobernador racista de Alabama George Wallace, candidato presidencial en 1968.

Medio siglo después, llegó el presidente y mandó a parar. Ahora The Apprentice ha pasado de la pantalla a la realidad y su protagonista decreta a medio mundo: "You're fired". Muchos lo ven como el líder del nuevo "Great Awakening". También él se ve así: "no se preocupen, mis queridos cristianos -dijo recientemente a un mitin de evangélicos-, en cuatro años ya no necesitarán votar". ¿Puede un personaje así volverse un estadista? Difícilmente.

A veces la mejor escuela de la democracia es la dictadura. No será, pienso, el caso de Estados Unidos. Quizá figuras como Marco Rubio actúen como un contrapeso racional. Además, la historia es destino. Resistirá la prensa, algunos medios y redes sociales. Existe la oposición, pero para ser competitiva deberá encontrar nuevos liderazgos, deslindarse del fanático movimiento woke y otros lastres ideológicos. Si lo hace, tal vez siga contando con la mitad del electorado que no votó por Trump. Y en dos años habrá elecciones legislativas en las que el péndulo suele girar.

En 2026 Estados Unidos conmemorará el 250 aniversario de su independencia. Si reivindica a sus Padres Fundadores, la república americana tendrá mejor suerte que la romana.

Escrito en: OPINIÓN Estados, siglo, Trump, valores

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