Mantener la esperanza frente a destrucción y las guerras
En memoria de Abel Escartín.
Las guerras en el siglo XXI están resultando particularmente devastadoras para la población civil; quizás siempre lo han sido, como en anteriores conflagraciones, pero en estos tiempos presentes están alcanzado dimensiones inaceptables de deshumanización, cada día más graves e inocultables.
Hay además un lacerante contraste entre los esfuerzos y donaciones para conseguir la pronta y asombrosa reconstrucción de la catedral de Notre Dame en París y las múltiples y frecuentes acciones militares deliberadas de gobiernos, ejércitos, grupos y combatientes para destruir infraestructura civil de importancia vital para la vida cotidiana y la sobrevivencia de cientos de miles de personas.
La desesperanza causada por la destrucción y la guerra se extiende y sigue golpeando a numerosos pueblos; los ejemplos abundan. En Ucrania sin miramientos ni contención alguna, continúan los ataques deliberados contra instalaciones civiles, sean plantas hidroeléctricas, inclusive instalaciones nucleares, ahí está el grave caso de la planta nuclear de Zaphoriya. Los enfrentamientos entre rusos y ucranianos continúan librándose en los distintos frentes de guerra; pero la destrucción también ha alcanzado numerosos puentes, carreteras, puertos, aeropuertos. El bombardeo inclemente de cientos de edificios, oficinas, hospitales, escuelas e iglesias se ha tornado una norma en la guerra.
Con el propósito de contrastar y constatar los inciertos tiempos que corren, resulta impresionante el acelerado desarrollo y construcción de infraestructura en la carrera espacial que hoy atestiguamos.
Pero cuán impresionante por no decir alarmante resulta ser que ahora las principales redes al igual que decenas de miles de satélites estén en manos privadas. Los avances e intereses en torno a la carrera espacial son difíciles de creer; hay varios países empeñados en competir para posicionarse, incluso algunos que hasta hace muy poco tiempo no estaban metidos en la carrera por el dominio del espacio ultraterrestre como la India. Pero por supuesto el caso más grave y más doloroso es la destrucción de escuelas, mezquitas, hospitales, centros comunitarios de salud en la franja de Gaza y en los territorios ocupados palestinos también las acciones contra la infraestructura civil y religiosa impuesta por la ocupación israelí en Cisjordania, sin olvidar la destrucción de múltiples instalaciones civiles en el Líbano o en Siria, presuntamente de importancia o relevancia militar como depósitos y almacenes pero que se encuentran en sitios densamente poblados por civiles indefensos.
En Sudán ambos bandos contendientes continúan atacándose con morteros, drones, helicópteros y aviones, en forma despiadada y desproporcionada, cebándose contra instalaciones sin distinguir entre objetivos militares y civiles. La guerra civil tiene lugar en medio de las ciudades y la población civil está en medio atrapada sin que se repare ni respeten las convenciones básicas de la guerra, aun en un caso de un conflicto intestino, no interestatal.
Después de la sorprendente caída del régimen autocrático en Siria, en estos días y semanas cruciales podría salvarse o extinguirse una llama de esperanza para cambiar el curso de los trágicos acontecimientos del año que termina en Palestina, en el Líbano, en Irak, en Irán, en Yemen.
Los cientos de miles de muertos, heridos y desplazados no son daños colaterales inevitables, sino víctimas directas de los ataques sistemáticos, denominados quirúrgicos con los que se han ensañado mediante múltiples acciones unilaterales tanto Rusia como Ucrania, al igual que Israel, Estados Unidos y Turquía.
Divisiones y diferencias entre países persisten y se ahondan en su interior y en varias regiones. En el Medio Oriente, la comunidad de los cristianos de Irak claman con razón, dando la voz de alarma: “Sentimos que nos van a quitar la alfombra de debajo de los pies en cualquier momento. Nuestro destino es incierto y el futuro es desconocido aquí”. En la Siria destruida después de 13 años de guerra está por determinarse si la transición a un nuevo régimen político preserva la anterior convivencia entre comunidades y confesiones y si la mayoría sunita respeta a las minorías empezando por los alauitas y los kurdos.
La destrucción de infraestructuras civiles parece no tener fin. Apenas el viernes pasado Israel llevó a cabo bombardeos sobre el aeropuerto de Saná y sobre algunos depósitos en el puerto de Hodeida en Yemen, incluidos algunos de la ONU, poniendo en grave riesgo la entrega urgente de ayuda humanitaria a más de 18 millones de personas. Ataques a barcos cargueros en el Golfo Pérsico, en el Mar Rojo e incluso en el Mediterráneo han continuado registrándose, al igual que atentados contra cables submarinos de comunicación e interconexión fundamental.
Debemos recordar precisamente en estos días de esperanza, de buenos deseos y de anhelos compartidos de paz y bienaventuranza y seguir denunciando que el cumplimiento del derecho internacional humanitario no es opcional; que todas las partes en conflicto deben garantizar la protección de los civiles y también de los bienes civiles y salvaguardar la infraestructura vital en todas las circunstancias.