La serenidad no es sinónimo de indiferencia ni mucho menos de desinterés, si no al contrario el ser humano demuestra una actitud de observación antes de emitir algún juicio, por lo que entonces serenidad significa paz, sosiego, calma, no perder la tranquilidad salvo que se trate de algún tema importante, decisivo.
Pero, en los tiempos que corren, el estrés y la ansiedad nos envuelven están a la vuelta de la esquina. La serenidad es precisamente esa tranquilidad que está en el orden interior. Y tener orden por dentro significa saber a qué atenerse, conocer lo que uno quiere hacer en la vida y haber ido diseñando un proyecto personal gracias al cual se motiva la existencia de acuerdo con un cierto programa previo.
Todo eso destila dos cosas: ilusión y alegría. Se trata de conseguir un clima psicológico de equilibrio, un cierto reposo sosegado para aceptar las limitaciones y empujar con firmeza hacia las aptitudes. Suelo comentar con cierta prudencia que el psiquiatra es aquel médico que penetra hacia la intimidad del individuo para poner orden, es el médico que estudia la conducta humana y la mente tratando de corregir y curar sus desajustes y trastornos.
De la misma manera se desprende el enorme campo de acción en donde trabaja, sobre todo en una sociedad como la que estamos viviendo, sujeta a cambios vertiginosos y necesariamente se ve afectada la o más bien nuestra serenidad, dándole paso a las tensiones, a los arrebatos, y por qué no a las imprudencias, a lo que indudablemente estamos expuestos la humanidad.
No cabe la menor duda que la serenidad además de ser una cualidad, una virtud, es una forma de poder controlar la impaciencia, la intolerancia, la envidia, la negatividad, controlar más el pensamiento antes de opinar; que no hacen otra cosa que permitir al ser humano actuar de una forma incoherente y mezquina.
Aceptar con un buen grado las limitaciones personales es inteligencia, sabiduría y sentido de la realidad. Es también reconocer que sólo podemos llegar a algunas cosas concretas, estar contentos trabajando en ellas y no perder el aplomo al ver que es imposible tocar demasiadas teclas.
Cuando nos conocemos a nosotros mismos relativamente bien, las sabidas verdades personales se superponen y adquieren el nivel de costa utilitaria o de receta para funcionar cuando se tiene la impresión de que la inquietud y el desasosiego piden paso.
El hombre inteligente sabe replegarse sobre sí mismo y reconocer su geografía: fronteras, límites, zonas intransferibles .... ¡Qué paz, qué sosiego, o sea qué SERENIDAD queda cuando uno sabe conformarse! Sin embargo, es francamente importante considerar, cuando se presentan situaciones donde se tiene que actuar con prontitud, es el momento de demostrar que podemos resolver cualquier circunstancia o adversidad, si hemos sabido manejar nuestras actitudes resolutivas y además podremos comprobar que si conservamos la serenidad, seguramente que tomaremos la mejor decisión y sobre todo se va a manejar el estrés y otros problemas que genera y se asocian con el actuar por impulso acompañado del coraje, que la mayoría de las veces termina por lastimar o salir lastimado sin haber necesidad, en la mayoría de las ocasiones.
Dicho en términos más rotundos, conservar la calma, la tranquilidad es una de las formas más certeras de ver
Muy cerca la felicidad y, vivir siempre alegres, llenos de ilusiones, pues quien conserva la "serenidad" tiene la capacidad de disfrutar la vida, hasta cierto punto libre de enfermedades, causadas por las preocupaciones inútiles, la intranquilidad y, consecuentemente la apariencia facial de un ogro.
Por otro lado describimos al que conserva la calma o al menos vive tratando y pensando en el día de mañana pues tiene la seguridad con una actitud positiva y serena (no mediocre), de lograr un mejor porvenir.