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San Diego de Navacoyán

Javier Guerrero Romero

Para Mayela del Carmen

Prácticamente desde los primeros años de la Conquista española en el Valle del Guadiana se inició la explotación de las fértiles tierras de la ribera del río Tunal, y con ello de Navacoyán.

Durante en propio acto de fundación de la ciudad de Durango, el 8 de julio de 1563, se inició el reparto de encomiendas a los primeros conquistadores. Alonso de Pacheco, quien desde el mes de abril había estado realizando los trabajos de trazo de la nueva villa de Durango, recibió por parte del gobernador Francisco de Ibarra, en recompensa a sus servicios, además de un lote en la recién fundada Durango, también para su beneficio la merced de la estancia de Navacoyán.

La propiedad heredada a Juan de Subía y Pacheco fue vendida luego a Mariana de Castañeda, quien en 1626 la vendió a Francisco Medrano. De esta época no sabemos si se realizó alguna construcción en la propiedad, no existen testimonios en ese sentido ni ningún tipo de vestigios.

A fines del siglo XVII era propiedad de teniente Francisco de Inunigarro y López de Villarroel, originario de Guipúzcoa, quien al morir en 1706 la heredó a su hijo Jacinto. En 1722 la propiedad pasó al poder de Luis Ruiz de Guadiana, prominente minero radicado en Durango. En esta época se inició precisamente la construcción de la casa grande de la hacienda.

INFLUENCIA JESUITA

Quince años más tarde, a principios de 1737, la propiedad fue rematada tras la muerte de Ruiz de Guadiana y adquirida por la Compañía de Jesús, que con ello ampliaba su pertenencia colindante de San Isidro de La Punta.

Seis años después la hacienda fue vendida al minero Matías de Vergara radicado en Durango, aunque tenía importantes propiedades de Avino.

Posiblemente, con el prestigio de las construcciones de la Compañía de Jesús de esa época, tanto en el Colegio de Durango como en la hacienda de La Punta, la casa de Navacoyán se amplió en esta época y se realizaron nuevas e importantes mejoras. Las ruinas del patio central que ahora se conservan posiblemente daten de esta época, por su gran parecido a la obra similar de la hacienda de La Punta.

PROPIETARIO INCIERTO

Aunque se desconoce al fecha con precisión, se sabe que a mediados del siglo XVIII la finca estaba en posesión del marqués de Torre Campo, José Manuel de Cossío y Campa, quien había sido designado Gobernador y Capitán General de la Nueva Vizcaya, por Real Cédula del 18 de septiembre de 1735; sin embargo, en lo que preparó su viaje para trasladarse a Nueva Vizcaya, tomó posesión de su encargo el 1 de junio de 1743.

Una de las primeras acciones que realizó fue adquirir un predio digno de su rango y nobleza, por lo que compró a Juan Antonio Clavería los terrenos de la hacienda de la Labor de Guadalupe y de la estancia de San Salvador del Chorro, que era contigua. Luego acrecentó sus propiedades adquiriendo otras haciendas agrícolas y ganaderas del Valle del Guadiana, entre ellas la de San Diego del Navacoyán.

El Gobernador y Capitán General, quien radicaba con su esposa María Robledo y sus hijos en la vecina hacienda de Labor de Guadalupe, que era también de su propiedad, es posible que realizara algunas mejoras en la casa, a juzgar por la enorme similitud que tienen los vanos de la casa de Navacoyán en el patio principal y los exteriores de la Labor.

Aunque se desconoce si Cossío y Campa realmente fue propietario o solamente arrendador del predio, de cualquier forma la fecha en que el Marqués perdió los derechos sobre esta posesión, es posible que hayan sido en fecha similar al embargo sufrido a favor de la Santa Inquisición en 1753. De cualquier forma, la casa debió de quedar abandonada un poco antes, pues José Manuel de Cossío y Campa se había trasladado a residir a la Ciudad de México, pues había concluido su encargo de Gobernador y Capitán General de la Nueva Vizcaya en 1750.

En 1768 la propiedad seguía siendo de los Vergara, pues en esta fecha la viuda de Matías Vergara, doña Antonia González, la vendió a Pedro Minjares de Salazar, dando inicio con este nuevo propietario a una época de prosperidad para la finca.

PUERTA DE ACCESO

Con Pedro Minjares de Salazar, la Hacienda de San Diego de Navacoyán adquirió el señorío de una gran propiedad.

En esta época se construyó el famoso puente sobre el río Tunal y se ampliaron de manera importante las instalaciones de la casa. De esta época es la capilla de la hacienda, la cual, siguiendo el patrón de otra de las grandes haciendas barrocas de Durango, la de San Miguel de la Ochoa, la nave de la iglesia no se construyó anexa a la Casa Grande, sino deliberadamente separada de ésta y calle de por medio se levantó frente a la Casa Grande.

La hacienda llegó a ser tan importante en el Camino Real de Tierra Adentro, que prácticamente este lugar se convirtió en el auténtico acceso a la ciudad de Durango, los visitantes distinguidos hacían escala obligada en este lugar, pues era justamente aquí, al cobijo de los arcos de la hacienda de Navacoyán, con el mudo testigo de la canteras, el punto donde las autoridades eclesiásticas, civiles e incluso militares, llegaban a recibir o despedir, según fuera el caso, a las dignidades de cada uno de sus sectores.

Navacoyán se convirtió en el punto de llegada a la ciudad de Durango, e incluso aquí se descansaba, previo al acceso a la ciudad de los nuevos obispos, o de los nuevos gobernadores, para que estuvieran refrescados para atender los largos festejos por su arribo.

ESPLENDOR Y OCASO

Los herederos de Minjares vendieron la propiedad a José Martín de Chávez, quien continuó con los trabajos de embellecimiento de la construcción.

De esta época data la construcción del portal que se levanta al frente, y aunque concluido el 4 de octubre de 1810, cuando la finca era propiedad de los hermanos Joaquín y Leandro Manzanera y Salas, estas obras se habían iniciado desde antes por los herederos de don José Martín de Chávez.

El prebendado Leandro Manzanera, quien había reunido la totalidad del predio a la muerte de su hermano, heredó en 1858 a su sobrino Felipe Pérez Gavilán la propiedad. Éste, a su vez, dividió las propiedades, dejando a su hijo Miguel la propiedad de la finca de Navacoyán, la cual continuó en la familia Pérez Gavilán.

El reparto ejidal de la tierras de la hacienda de Navacoyán iniciado a fines de 1932, mediante el cual fueron entregadas a los campesinos poco más de 1,600 hectáreas, fue uno de los elementos que aceleró la ruina de esta empresa agrícola de los Pérez Gavilán, quienes prácticamente abandonaron la propiedad, la cual pronto sufrió importantes estragos.

A fines del siglo XX, las ruinas del casco de la hacienda fueron adquiridas por el Voluntariado Cultural para iniciar la conservación de este señorial edificio. Las obras recientes de consolidación y conservación han sido un esfuerzo loable de este grupo de entusiastas defensores del patrimonio cultural, quienes han puesto todo su empeño y esfuerzo por lograr conservar esta singular obra.

PACTO DIABÓLICO

Una de las más populares leyendas rescatadas por el profesor Everado Gámiz es el relato de la construcción del Puente de Navacoyán.

De acuerdo a la narración, a fines de la época colonial el Gobierno de la Nueva Vizcaya había dispuesto la construcción de un puente sobre el Camino Real a Zacatecas, puesto que las crecientes del río Tunal impedían el paso franco durante la temporada de lluvias, y era en sí difícil el resto del año.

Para realizar la obra, el Gobernador hizo contratar al más afamado maestro albañil de la región, del cual lamentablemente en la tradición oral se perdió su nombre. El contrato para realizar esta obra obligaba al maestro de obras responsable a concluirla antes de que empezara la temporada de lluvias de esa época, de lo contrario, se le descontaría la mitad de lo convenido para la mano de obra.

La obra, dice la leyenda, había avanzado conforme a lo planeado y estaría debidamente concluida para la fecha convenida, sin embargo, una fugaz e inesperada creciente del río, fuera de temporada, unos cuantos días antes de la fecha pactada para entregarla, dañó fuertemente la construcción, por lo que sería prácticamente imposible concluirla en la fecha programada.

Desesperado, el maestro albañil recorría el puente y observaba los daños ocurridos, sin comprender cómo haría para terminarla a tiempo, cuando repentinamente se encontró con un hombrecillo desconocido, un forastero que nunca había visto, aparecido súbitamente, tras un pequeño y casi imperceptible remolino. El hombrecillo se acercó al albañil y le ofreció ayudarle a concluir la obra en tiempo, si él se comprometía a entregarle su alma al diablo. Desconfiado y asustado, retrocedió y le pidió que regresara después, pues en ese momento no sabía qué responder. Sin embargo, al día siguiente, cuando de nuevo encontró al hombrecillo junto a las dañadas estructuras del puente, y con gran desesperación porque la fecha de entrega de la obra debería ser al día siguiente, accedió a la propuesta de aquel personaje desconocido.

Esa misma noche, los trabajadores de la hacienda recordaban cómo se escuchaba el trabajo como de cientos de hombres, aunque no habían visto llegar a nadie en las vísperas. La obra se realizó con tal prontitud y tal fortaleza, que al día siguiente estaba completamente concluida y sobre el camino del puente lo único que los habitantes encontraron fue el cuerpo exánime del maestro albañil. La obra se había concluido a tiempo, conforme a lo convenido en el contrato con el Gobierno, pero también de acuerdo con el trato realizado con aquel hombrecillo que nadie más volvió a ver; el albañil había entregado su alma al Diablo.

ADÓNDE IR

-Capilla de San Diego. En la población no deje de visitar la capilla de San Diego de Alcalá, se trata de una hermosa capilla del siglo XVIII. La fachada es uno de los más bellos ejemplos del Barroco, que se desarrolló en Durango a fines de la Colonia. La torres de una perfecta proporción con la fachada hacen que la visita a esta iglesia sea una experiencia inolvidable. No deje de admirar las espléndidas pinturas de Antonio de Torres, pintor académico radicado en Durango a fines del siglo XVIII.

-Casa Grande de Navacoyán. Frente a la iglesia se conservan las ruinas de la antigua hacienda de San Diego, el portal característico de este lugar le da un aire señorial. En una pequeña accesoria recientemente restaurada opera una pequeña, pero muy digna biblioteca pública. En las cercanías podrá conocer las ruinas de una gran cantidad de accesorias de diferentes épocas de la hacienda.

-Puente que construyó el Diablo. La hacienda levantada al pie del Camino Real de Tierra Adentro conserva una espléndida obra de ingeniería del siglo XVIII. El puente de Navacoyán sobre el río Tunal, construido con diez gruesos arcos de medio punto, en cal y canto.

-Balneario de San Juan. Unos quinientos metros más delante de las ruinas de la hacienda de Navacoyán, a las orillas de la población, se encuentra el recién renovado Balneario de San Juan, característico por sus aguas y lodos termales. El balneario con todos los servicios cuenta con amplias y espaciosas albercas de aguas sulfurosas, con juegos infantiles, toboganes, restaurantes, vestidores y sobre todo sus originales y terapéuticas albercas de lodos.

CÓMO LLEGAR

-Desde Durango (aproximadamente ocho kilómetros). Tome la carretera federal número 45 con destino a la ciudad de Zacatecas; a escasos cuatro kilómetros, antes de llegar al puente de Dalilla, encontrará una desviación asfaltada a su izquierda. Siga por esta carretera municipal cuatro kilómetros más, para llegar a la población de Navacoyán.

ATENCIÓN

Para muy observadores

En el arco de acceso a la capilla podrá descubrir una bella imagen de la Virgen de Guadalupe labrada en la cantera.

En el altar lateral de la capilla podrá descubrir la imagen del santo agustino San Juan de Sahagún, una de las pocas representaciones de este santo en la Nueva Vizcaya.

El Cristo que se venera en esta iglesia es conocido como Nuestro Señor de Santa Teresa, imagen muy popular en la Ciudad e México, posiblemente traída a esta iglesia por Martín de Chávez.

Dentro del portal de la casa, ¿podrá encontrar la fecha de conclusión de la obra el 4 de octubre de 1810?

¿SABÍAS QUE...?

... Los pequeños torreones que se levantan al frente del portal de la hacienda de Navacoyán son vestigios de su fortificación, para defenderse de los apaches en el siglo XIX.

Escrito en: hacienda, fecha, época, obra

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