Instantáneas durangueñas
n La Hacienda de La Punta. Para el 14 de diciembre de 1861, según el censo de población, la Hacienda de La Punta, que comprendía Baquería, San Ramón, Arena, San Javier y rancho de La Punta, tenía 703 trabajadores, que se dividían de la siguiente manera: 539 jornaleros, 70 labradores, 54 vaqueros, ocho curtidores, cinco pastores, tres boyeros, cuatro molineros, dos zapateros, un sastre, seis carpinteros, siete obrajeros, un talabartero y un herrero.
De ellos nada más 81 sabían firmar, lo que equivale a casi un 10 por ciento, lo que no quiere decir desde luego, que los que sabían firmar supieran también leer y escribir, por lo que puede considerarse que el analfabetismo era terrible.
Otras lecturas que pueden hacerse, de los números anteriores, es que había dos zapateros y un sastre para una población de más de 703, pues en ella hay que agregar a los patrones y a la servidumbre de la casa grande, hacía de los 703 una población de huaraches y de vestimenta reducida a calzón y camisa de manta.
n La Fábrica de Hilados y Tejidos que murió. El señor Luis Veyán, envió un remitido al Periódico Oficial del Estado de Durango, que salió publicado el 1 de julio de 1890, diciendo que tenía la honra de participar, que la Fábrica de Hilados y Tejidos de Algodón de su propiedad, denominada “La Constancia”, ubicada en Mapimí, a partir del día 31 del pasado mes de mayo había dejado de existir.
n Discriminación racial y social. Conforme a la lista de sirvientes en la hacienda de San José de Ayala, perteneciente a don Juan Nepomuceno Flores, elaborada el l de septiembre de 1865, ésta tenía 87 sirvientes, divididos en 73 labradores, un carbonero, seis vaqueros, un mayordomo, un caporal, un carpintero, dos albañiles, un pastor y un velador.
En dicha lista se anotaban datos de nombre, edad, lugar de nacimiento, profesión, estatura, ojos, nariz, boca, barba, pelo, señas particulares y color.
Por extraña coincidencia, del universo de 87 sirvientes, nueve eran blancos, 13 rosados y 65 trigueños decía la lista, por no decir prietitos, que por cierto no eran prietitos en el arroz, sino prietitos en la milpa.
n Los maestros argollones. No tuve el privilegio de conocer a don Macedonio Rodela, afamado líder campesino de los llanos de Guadalupe Victoria de por los años cincuenta, pero escuché muchas anécdotas que lo revelan como un campesino vivaz y auténtico, una de ellas es ésta.
Se cuenta que un día organizó una comida campirana a los profesores y que él mismo tomó la palabra para ofrecerla, y que habló de esta manera. “Señoras maestras; señoras porque aquí no hay ninguna señorita - las maestras se sonrojaron, pero luego volvieron a su color, cuando don Macedonio agregó, que les decía señoras, porque eran las segundas madres de los hijos de los campesinos, y que por lo tanto no eran señoritas -. Luego agregó socarrón: “- Señores maestros, yo siempre he pensado que ustedes los maestros y nosotros los campesinos debemos formar una cadena por el bien de México, en la que nosotros los campesinos seamos los eslabones y ustedes los maestros los argollones-”.
n Estramador en vez de peine. Los durangueños de antaño, siguiendo a nuestros mayores, éramos muy dados a llamar estramador al peine, de manera que cuando alguien iba a la Ciudad de México y en alguna tienda, botica o almacén solicitaba que se le vendiera un estramador, se armaba la tremolina, porque el dependiente no entendía lo que se le pedía.
n Don Vicente Cortés. De estatura regular, mostachos poblados con puntas alacranadas, ojos redondos y vivarachos, zapatos de faena y amplio sombrero charro, don Vicente Cortés era una figura clásica del Santiago Papasquiaro de los años intermedios del siglo pasado.
Fotógrafo del pueblo, por la lente de su cámara de tripié, pasó toda aquella sociedad, pero además toda aquella sociedad pasó por su palabra, pues por muchos años, gracias a su relativa instrucción, que por ese tiempo sobrepasaba la media, fue el orador oficial del pueblo con una mezcla de ideas sociales, socialistas y zapatistas.
n Los bailes de Rodeo. En la risueña población de Rodeo, a la que baña el padre Nazas, las fiestas en los setenta se hacían en la calle sin importar que tuviera empedrado y alguna inclinación.
Se contrataba para el efecto a un lugareño que tenía tocadiscos y aparato de sonido y la velada resultaba verdaderamente encantadora, sólo que el animador era algo dictador, pues cuando ya había puesto unos cinco o seis discos, o los que a su criterio componían una tanda, daba un garnuchazo al micrófono, pegaba dos resoplidos para llamar la atención, y luego decía con acento mandón “van otros” tras lo cual, los que no habían alcanzado pareja, se dejaban venir en carga cerrada y le arrebataban la bailadora a los que ya habían tenido la oportunidad de marcar algunos pasos, con gran disgusto de los que ya andaban quedando.
n Tinterillos. Así eran llamados peyorativamente los abogados, a fines del siglo XIX y bien entrado el XX, como reminiscencia de cuando los escritos judiciales se hacían a mano, utilizándose, para ello una pluma que era mojada en un tintero.
n Durango surrealista. Este 5 de abril de 2005 por un error de quienes envían por la vía aérea los periódicos nacionales, llegaron a Durango los periódicos del día anterior, como está dicho que no hay nada más antiguo que el periódico de un día anterior, y está bien dicho, lo mismo hubiera dado que mandaran periódicos del tiempo de la Colonia.
n ¿Durangueño o duranguense? Durante años pasados se discutía de vez en vez qué era lo correcto: decir durangueño o duranguense.
En una de esas ocasiones, un periódico que se editaba en la Ciudad de México, pero dirigido por un paisano, realizó una investigación para determinar tal cuestión, llegando a la conclusión de que ninguno de los dos términos eran correctos, sino durangués, lo cual resultó peor.
Mucho tiempo se dijo que un término era para el nacido en la ciudad de Durango, otro que para el nacido en el estado, y otro que para el nacido en Durango, España.
Nuestros mayores siempre usaron la palabra durangueño, no fue sino hasta los años setenta cuando siendo Gobernador el Dr. Héctor Mayagoitia Domínguez, al preferir él, el término duranguense, se puso dicho término en boga hasta la fecha.
Sin embargo, si se echa uno un clavado al Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, se encuentra que duranguense es el natural del estado mejicano de Durango y lo perteneciente o relativo a dicho estado, que durangueño es igual a duranguense, y que durangués es el natural de Durango, villa de Vizcaya, así como lo perteneciente o relativo a esa villa.
Así pues tenemos, que para designar al nacido en esta tierra sagrada y bendita, como diría Miguel Ángel Gallardo, los términos durangueño y duranguense son igualmente correctos, y que si un tiempo estuvo de moda el término durangueño, a partir de los setenta está el de duranguense.
No obstante, yo seguiré pronunciando durangueño, porque ése es el término que escuché de la boca de mis mayores, y lo mismo pido a mis hijos.