La cura artística de Asclepio.
Los antiguos griegos creían en una especie de medicina sacerdotal donde las curas a las enfermedades eran otorgadas por los dioses. Los seguidores del hijo de Apolo mitigaban el dolor de los convalecientes en el santuario en Epidauro. Una de las técnicas de recuperación consistía en utilizar al arte como herramienta curativa. La estrategia se ha conservado, en los últimos dos siglos se han desarrollado programas de salud que incluyen el recurso artístico con el fin de ayudar a sostener y fortalecer el temple espiritual y psicológico de los pacientes, factor clave para sobrellevar o erradicar la enfermedad.
La filosofía de René Leriche (1879-1955) percibe a la salud como “la vida en el silencio de los órganos”; la vulnerabilidad del cuerpo humano, entonces, sería la respuesta del organismo ante los diversos factores externos, biológicos, físicos y químicos que lo afectan.
Esta visión coincide con la del médico Charles Daremberg (1817-1872), quien aseguraba que en el bienestar no se perciben los movimientos de la vida, todas sus funciones se realizan en silencio. El escritor Paul Valéry (1871-1945) pensaba de un modo similar: la salud, desde su óptica, es un estado donde las funciones necesarias se realizan insensiblemente o con placer.
Antes del poeta, el médico y el filósofo, el enciclopedista Denis Diderot (1713-1784) aseguraba que cuando un cuerpo está sano, ninguna de sus partes nos recuerda su existencia, en cambio, si alguna de éstas se manifiesta por medio del dolor, el individuo se halla enfermo.
Los antiguos griegos creyeron algo similar: veían al físico humano amenazado por raíces de dolor, placer, alegría, tristeza, felicidad o desgracia. Se preocuparon por buscar los modos de contrarrestar este desamparo. Uno de los medios utilizados era el arte.
La estrecha relación entre el arte y la salud en el mundo occidental tiene antecedentes en la mitología griega, el origen de las enfermedades poseía una concepción sobrenatural. Entre el abanico de las deidades helénicas (cuyas similitudes con los humanos eran mayores que sus diferencias), las dedicadas a la medicina y la curación recibían un culto preferente.
Curación por medio del sueño en el que aparecen Asclepio, que le impone sus manos, y su hija Higiea. Foto: Bridgeman
En los cantos clásicos de la Iliada, Homero nombra a Peón, médico de los dioses, curador de Ares (divinidad de la guerra) tras la herida infligida por el héroe aqueo Diómedes. Autores modernos como el chileno Walter Lips Castro consideran que Peón (cuyo significado es “sanador”), es en realidad un epíteto del dios Apolo.
Más conocido por su oráculo, Apolo reúne entre sus dones a la música, la poesía y la medicina. El dios helénico más importante en términos médicos es uno de sus hijos.
De acuerdo con el mito, Apolo y Coronis, bella mortal, tuvieron amores y ella quedó preñada. Obligada por su padre, la mujer debía casar con su primo Ischis. Al enterarse, Apolo se sintió ofendido, ayudado por su hermana Artemisa, mató a Coronis, a su familia y a su prometido. Antes que el cadáver de la amante ardiera en la pila funeraria, extrajo de las maternas entrañas al hijo concebido, le dio por nombre Asclepio y lo llevó al monte Pelión, en cuya cima lo entregó al centauro Quirón, un sabio en las antiguas artes de la música y la medicina.
El entrenador de héroes como Aquiles educó y transmitió sus conocimientos al apolíneo descendiente. Asclepio creció y se convirtió en una deidad capaz de sanar a los enfermos y resucitar a los muertos mediante tratamientos basados sobre todo en su sapiencia sobre las plantas medicinales. En la Grecia real era tan importante que en la ciudad de Epidauro se construyó en su honor un enorme santuario con templos, estadios y teatros.
Al complejo religioso llegaban enfermos provenientes de los más recónditos recodos de la Antigua Grecia, los movía la esperanza de poner punto final a sus males con la ayuda de Asclepio. La práctica más popular de ese sanatorio era la incubación: los dolientes eran colocados en el abaton y esperaban a la noche para que Asclepio los visitara en sueños y borrara sus padecimientos.
Además de inducir el letargo, los sacerdotes del apolíneo curador aplicaban a sus pacientes técnicas meramente médicas como intervenciones quirúrgicas, dietas, toma de aguas medicinales, participación en ceremonias religiosas y asistencia de los enfermos al teatro.
REPRESENTAR
El arte escénico griego nació en la religiosidad, como una ofrenda en las festividades de Dionisio, deidad del vino y de la vid. Aristóteles mencionó en sus escritos que el teatro ostenta la capacidad de purificar el alma.
En los foros los griegos montaban algo más que un mero mimetismo de la vida o una representación de la realidad, aquello era un reflejo de los sentimientos, emociones, sensaciones y dolores del ser humano. Para ellos, la práctica artística era una tribuna para abogar por la salud.
Obra teatral Pluto de Aristófanes. Foto: Jero Morales
Platón menciona en su República que “los que tienen poca vista ven muchas cosas antes que los que ven bien”, es decir, los pacientes tienen del arte una perspectiva y una experiencia distintas a las de las personas sanas. Los hijos de Zeus creían en la representación teatral como herramienta para lidiar con los padecimientos.
Esta relación se formuló de manera tan indisoluble que se puede apreciar en comedias como Pluto de Aristófanes. El argumento es como sigue: Pluto, dios de la riqueza, es cegado por Zeus. Al deambular en su oscuridad se encuentra con el humilde agricultor Crémilo, quien lo conduce a la cueva de Asclepio para que sea sanado.
La familia del apolíneo descendiente también era sumamente venerada. Epione, su esposa, la salvaguarda contra el dolor; sus hijas, Higea y Panacea, la prevención y el tratamiento, respectivamente; su hijo Telesforo, el encargado de la convalecencia; otros dos descendientes, Macaón y Podalirio, protectores de los cirujanos y los médicos griegos, son mencionados en la obra homérica como vasallos del rey Agamenón.
A los vencedores de Troya, la medicina les parecía un arte en sí misma. Según Nietzsche, mucha de su creatividad se basaba en hacer referencia al dolor, el arte era una manera de mitigarlo. Los avances médicos en el Mediterráneo buscaban lidiar con el infranqueable puente entre salud y enfermedad.
Como buenos herederos de los griegos, los romanos adoptaron a Asclepio, lo bautizaron como Esculapio.
El culto del sanador fue tan importante para las civilizaciones de la antigüedad que sólo la irrupción y consolidación del cristianismo pudo acabar con él. No obstante, la vara y la serpiente de Esculapio se mantienen como símbolos de quienes ejercen la medicina.
El culto al dios de la medicina y el uso del teatro como terapia para los padecimientos comprende una primera etapa de la inclusión del arte en el ámbito médico en el mundo occidental. Pero la representación escénica no es la única disciplina del espíritu cuyos nexos con el cuidado de la salud se remontan a la antigüedad, otras expresiones, como la música o la poseía, también eran empleadas con salutífero propósito.
TERAPIA MODERNA
Uno de los ecos modernos del enlace entre arte y salud se suscitó en el siglo XIX, en el rubro de la psiquiatría, cuando el famoso marqués de Sade dirigió espectáculos de teatro en la casa de la salud de Charenton, Francia. El autor de Justine es considerado como precursor de las terapias modernas para lograr que los enfermos mentales se despeguen de su estado de alienación. Además, a finales de aquella centuria ya se recomendaba la asistencia al teatro y la práctica del piano en el tratamiento de los pacientes.
Marat/Sade (1969). Foto: Teatro del Museo de Virginia
A principios del siglo XX, investigadores como Otto Lous Mohr o Hans Prinzhorn elaboraron estudios sobre los dibujos que realizaban individuos con problemas psiquiátricos e introdujeron técnicas de dibujo y pintura en los manicomios. Es especialmente reconocida una obra de Prinzhorn, El arte de los enfermos mentales, en ella se resaltó lo hecho por los pacientes; en esas páginas se incluyó una decena de biografías de artistas ezquizofrénicos a los que atendió a lo largo de su estancia en una unidad médica de Heidelberg.
Otro caso sobresaliente de esa época fue el británico Adrian Hill. En 1938, atado a una convalecencia hospitalaria por causas tísicas, decidió pintar cuadros para sobrellevar el aburrimiento. Gracias a ello se dio cuenta de los beneficios terapéuticos de la actividad artística. En los años siguientes decidió compartir su descubrimiento con otros aquejados, los invitó a retratar en sus obras sus sentimientos respecto a lo vivido en la Segunda Guerra Mundial.
Hill fue el primero en desarrollar el concepto de la arteterapia. El movimiento se enraizó en países como Inglaterra o Estados Unidos entre 1935 y 1969. Para entonces, Margaret Naumburg ya desarrollaba un proyecto terapéutico en la escuela progresista Walden, junto al doctor Nolan D. C. Lewis del Instituto Psiquiátrico de Nueva York, por medio de la pintura se liberaban las emociones reprimidas de los enfermos.
En los setenta del siglo pasado, la psiquiatría occidental atravesó una crisis relevante. En una arista, filósofos como Michel Foucault iniciaron una fuerte crítica hacia el modelo asistencial de los hospitales psiquiátricos advirtiendo el fracaso de sus políticas médicas. A raíz de esa polémica, se puso en marcha un proceso de desinstitucionalización para abrir la asistencia médica a la vida comunitaria.
En España, en los ochenta, se inició un programa cuyo objetivo era mejorar a los pacientes que, tras años de reclusión en manicomio a cuestas, exhibían facetas que impedían su integración social. Los primeros intentos fracasaron porque los terapeutas sólo se enfocaron en el aspecto exterior de los pacientes sin concentrarse en sus emociones, remedio de suyo distinto a las prácticas realizadas en Epidauro.
Arte terapia en el Hospital Netherne (1965). Foto: Archivo Siglo Nuevo
Según un estudio publicado en 2013 y dirigido por la doctora española María Fernández Rodríguez, el teatro ostenta un recurso social, comunitario, que aboga por la satisfacción de algunas necesidades del ser humano. Más allá de una mera expresión artística, la ofrenda a Dionisio se configura como una actividad que “implica relacionarse y desarrollar habilidades sociales en personas que presentan sentimientos de soledad y aislamiento social”.
Fernández explica que según Jacob Levy Moreno (1892-1974), considerado el padre del psicodrama, la práctica actoral puede funcionar como una forma de psicoterapia. Este rumano fue el heredero de hechos revolucionarios como la liberación de los pacientes de Salpétrieré, en tiempos de la Revolución Francesa, o el desarrollo del psicoanálisis de Sigmund Freud a principios del siglo XX.
A diferencia del teatro de Epidauro, donde los pacientes eran espectadores, Moreno partió de la participación de los aquejados como actores. El arte escénico, explicaba, acentúa la cualidad que tienen los seres humanos para reconciliarse con su entorno, con sus semejantes. Su método consistió en estimular que el enfermo trabajase una conexión con su cuerpo, utilizando la espontaneidad como eje central, que le beneficiara a través de una mejor expresión corporal, también fomentó el trabajo colectivo para beneficiar aspectos individuales.
La idea fructificó a partir de que los miembros de sus grupos de terapia sentían la necesidad de vivir una situación y moldear un episodio con una estructura cuidada; abordar tal o cual asunto fuera de la sesión no les era posible, se les limitaba. El individuo exigía un espacio en cuyos márgenes pudiese desarrollar su estructurado plan.
La actriz de una de sus obras, narra Moreno en sus memorias, que comúnmente representaba a mujeres honorables, tenía problemas de ira y violencia en su matrimonio. El psiquiatra decidió experimentar y adjudicarle papeles más realistas cuya representación implicara manifestar fuertes emociones, mujeres de la calle, por ejemplo. La actriz interpretó personajes por ese estilo y gradualmente fue experimentando una significativa reducción de estrés. Moreno supo entonces que se trataba de una terapia y la bautizó como “psicodrama”.
El Hospital de la Pitié-Salpê trière. Foto: Archivo Siglo Nuevo
Al igual que Moreno, Fernández encontró que el trabajo escénico permite a individuos con padecer psiquiátrico desarrollar una expresión más libre, es un recurso valioso dado que se niegan a desenvolverse en un entorno donde se sienten rechazados. La doctora asegura que las funciones terapéuticas del teatro surgen, mayormente, gracias a los espectadores, pues es la presencia del público la que con sus aplausos y reconocimiento da sentido a la actividad de estos actores.
Las concepciones de Fernández y Moreno se materializan en proyectos como Nova, una compañía de teatro nacida en Avilés, España. Desde hace poco más de tres lustros está conformada por actores con trastornos mentales. En la misma vía se destacan iniciativas híbridas, que incluyen a personas con y sin padecimientos psiquiátricos, tal como el taller de teatro inclusivo y salud mental promovido por la Fundación Cattell Psicólogos en Murcia. En esa misma ciudad española está la Afamur, una asociación de familiares de enfermos de Alzheimer. En 2004, a raíz de una puesta en escena, esa organización se dio cuenta de la importancia que tienen este tipo de terapias a la hora de trabajar el lenguaje, la memoria, la autoexpresión y las relaciones interpersonales.
En el libro En busca de Spinoza, el neurólogo António Damaso menciona: “Las emociones representan en el teatro del cuerpo. Los sentimientos, en el teatro de la mente”. La triada memoria, emoción y lenguaje provoca que el humano y su proceso cerebral se vuelvan únicos.
CONTRA LETEO
Al dañar zonas del cerebro, el alzheimer borra segmentos considerables de la memoria enferma, bajo su influencia el paciente llega al grado de perder su identidad. El modus operandi de este padecimiento recuerda a la descripción que se hace de los habitantes del inframundo griego; las almas llegadas al reino de Hades beben las aguas del río Leteo y se olvidan de sí mismas. Sin embargo, está demostrado que aún en un estado avanzado de la enfermedad, los aquejados son capaces de emocionarse a la luz de los estímulos correctos y, de alguna manera, evocar ciertos recuerdos.
Obra teatral Sigo Siendo Yo. Foto: AFAMUR
La psicóloga Sara Franco López explica que la memoria no se borra mágicamente con el padecimiento, más bien, los lazos de esta facultad con la persona se desvanecen. La mente humana, describe, es una habitación, cuando la patología ingresa en ella va apagando las luminarias de la memoria. Las terapias que recurren a la manifestación artística funcionan como un fósforo encendido en ese cuarto oscuro; como ocurre con toda cerilla, la pequeña luz va a apagarse en algún momento, la ganancia es que el paciente ya tuvo la experiencia del aquí y el ahora.
Franco López se formó en un sistema denominado Río Abierto (RA) iniciado en Argentina por la maestra María Adela Palcos en la década de los cincuenta en el siglo XX. El método, con presencia en varios puntos del orbe, tiene un componente de armonía. Las técnicas de RA son diversas, una de las más efectivas es el empleo de la música.
La mitología helénica narra que cuando Orfeo, hijo de Apolo y de la musa Calíope, hacía sonar su lira, los hombres se reunían a su alrededor para descansar sus almas. Los sonidos armónicos eran muy importantes en Grecia, formaban parte de los recursos del teatro terapéutico.
La doctora catalana Serafina Poch Blasco define a la musicoterapia como “la aplicación científica del arte de la música o de la danza con finalidad terapéutica, para prevenir, restaurar y acrecentar la salud tanto física como mental y psíquica del ser humano”.
En el caso de Franco López, en sus sesiones grupales utiliza desde acordes clásicos hasta melodías populares, promueve que los pacientes con alzheimer fluyan en movimiento y puedan retomar su conciencia del ser. El beneficio parte desde el centro motor del cuerpo, no desde el intelectual, porque en el aparato motriz se concentran todas las emociones. Las vibraciones sonoras acarician la superficie corporal, llegan a la mente a través de la carretera auditiva, calman las aguas del río Leteo, la sensación estimula la aparición de un puente efímero que es reconstruido y demolido con frecuencia, de ese modo el enfermo puede acceder momentáneamente a instantes de su vida de los que se ha desconectado.
Musicoterapia en hospitales españoles. Foto: Hospital Universitario de Torrejón
“Nos hemos dado cuenta de que si les pones la música ellos empiezan a cantar la letra. (...) Hubo el caso de un señor que al escuchar la pieza Gata bajo la lluvia de Rocío Dúrcal rompió en llanto. Le pregunté por qué lloraba y me contesto ‘es que me acordé de mi esposa”. Su esposa ya había fallecido”, indica Franco López.
El estímulo abre a los pacientes la puerta a experimentar de nuevo todo tipo de emociones, no importa si son sones de alegría o ecos de melancolía. El objetivo es que retomen la sensación de la vida. Si bien no existe cura para la enfermedad de Alzheimer, la satisfacción de estos programas de arteterapia radica en otorgarle al aquejado una mejor calidad de vida y una oportunidad de inclusión.
“La música, el moverse, hacer cualquier movimiento, los puede atraer al recuerdo, por eso es sumamente valioso. La alegría en lo que contactan es lo que más nutre; el ver a la gente se les va a olvidar que se movieron hace rato, pero la experiencia viva del aquí y del ahora ya la tuvieron. (...) La maestra María Adela Palcos dice que la ‘música llega hasta las células’ y que la ‘música manda’. Eso es cierto: la células tienen memorias, el cuerpo tiene historia y memoria, ahí has escrito toda tu historia”, infiere.
Franco López también dirige terapias que recurren a la literatura, cuentos cortos de fácil comprensión y dotados de un mensaje profundo. Estos textos son leídos y transcritos por los enfermos, incluso por dictado, como un medio de estimulación. “Lo gratificante está en ese suspiro donde te dicen ‘¡Ah! ¡Qué bonito!’ Después les preguntas por la lectura y ya no la recuerdan, pero esa experiencia les nutrió el alma”, exclama.
También se emplea el dibujo para trabajar la coordinación visomotora. “Dibujar es una de las cosas que más gusta a los pacientes de Alzheimer. Les pones el bote con todos los colores. Cuando tienen esa espontaneidad pueden escogerlos todos, pero llega un momento en que toman el color azul y pintan todo el dibujo de azul. Necesitas sugerirles que las hojas son verdes, que las peras pueden ser rojas, cafés o verdes. Les ayudas a lograr el trazo. Saben tomar el lápiz, pero a veces no saben que hacer con él. A veces les tienes que llevar la mano para repasar el trazo y eso lo mapean, así pueden dibujar”, describe.
Foto:Khara Woods
El método que profesa Franco López parece ir de la mano con el pensamiento de Oscar Wilde cuando dice que “nada, excepto los sentidos, puede curar el alma, como tampoco nada, excepto el alma, puede curar los sentidos”. Al igual que otras arteterapias, el uso sanador de la música facilita al terapeuta llegar de forma más directa al aquejado y que éste también logre una comunicación de su físico con su campo metafísico.
El arte, asegura la psicóloga formada en el RA, ocupa un lugar destacado a la hora de sanar el cuerpo, la mente y el espíritu ya que el individuo puede adentrarse en la expresión artística inocentemente y proyectar lo que es como persona. Parece algo superficial, afirma Sara Franco, pero penetra en lo más profundo del ser. Lo que cura o sana es la emoción que surge tras exponerse al arte. “Todo parece como inofensivo, pero te retrata. A fin de cuentas trabajas sobre ti mismo”, asegura.
Río Abierto no es el único que recurre a productos estéticos en busca de mitigar el padecimiento amnésico. En España, una fundación murciana llamada AlzheimUr organiza talleres con aquejados de la degeneración cerebral, los lleva a museos a contemplar exposiciones con obras cuyo hilo conductor sea el pasado (como el trabajo de la artista Chelete Monereo). También se les invita a buscar objetos personales como fotografías para que puedan adentrarse en sus ayeres. AlzheimUr porta al arte como una herramienta científica en la investigación de esta enfermedad.
Otro caso digno de mencionar es el del artista japonés Tatsumo Orimoto, quien tuvo que encontrar la manera de atender la enfermedad de su progenitora sin desvincularse de su oficio artístico. En su proyecto Art Mama, enmarcado en el movimiento artístico experimental fluxus, el nipón se retrata junto a la mirada ausente de su madre, él se cubre el rostro con una máscara de panes tras la cual esconde los factores que lo identifican y humanizan. Así se pone en el lugar de aquellos a quienes el padecimiento ha sumergido en el letargo existencial.
NUEVO ABATON
La Organización Mundial de la Salud define al objeto de sus esfuerzos como “el estado de completo bienestar físico, mental y social lo que va más allá de la mera ausencia de enfermedad”, es decir, no es vista en función de los malestares sino como una condición ligada al bienestar. El concepto busca promover una visión más integral de la salud y adaptable a la vida de las comunidades.
Esta perspectiva contemporánea ha causado que los propios ciudadanos se organicen y ejecuten intervenciones terapéuticas en hospitales, algunas de las cuales hacen empleo del arte; se han desarrollado con éxito en lugares de Europa y Estados Unidos.
El Hospital de Dénia, en Alicante, España, posee un programa de musicoterapia que se despliega en las áreas de oncología, neonatología, hemodiálisis y psiquiatria. En Madrid, miembros de la Asociación Músicos en Acción recorren las instalaciones médicas tratando de emular lo que Orfeo lograba en los mitos griegos.
Proyecto Música Para el Alma. Foto: MPA/Agustín Benencia
En Lérida, el Centre d´Art la Panera se plantea la meta de acercar el trabajo artístico a todo tipo de público y en especial a personas con riesgos de exclusión, entre los que incluyen a enfermos internados en hospitales. Inspirados en el trabajo del catalán Francesc Ruiz, la Panera ha desarrollado talleres de historieta en nosocomios locales, como el Hospital de Día Infantil y Juvenil de Santa María, donde a partir del dibujo o del collage los participantes tienen la oportunidad de narrar una historia.
En Huesca, el Centro de Arte y Naturaleza ha tratado de emular el programa francés Cultura a l’Hôpital que busca humanizar la estancia en las instalaciones médicas. En 2011, investigaron la realidad de las clínicas en su comunidad e implementaron talleres de la mano del Centro de Rehabilitación Psico-social de Huesca y de la fotógrafa zaragozana Vicky Méndiz.
En América Latina, resalta el proyecto Música para el Alma, que se lleva a cabo en Argentina. Consiste en orquestas sinfónicas y coros que llevan música clásica a las salas de los nosocomios para paliar el dolor de enfermos de cáncer. La música logra una conexión que suaviza la convivencia entre pacientes, terapeutas y artistas de una manera participativa.
Otra iniciativa argentina es la encabezada por la guitarrista Irma Constanzo y su proyecto Cuerdas que Unen. Constanzo sufre una enfermedad que le impide tocar el instrumento que le dio prestigio. Cuando una amiga cercana sufrió un malestar de gravedad, quiso llevarle música hasta el hospital, tuvo que recurrir a otros músicos para ello. Esa acción la motivo a llevar a sus alumnos de guitarra a las habitaciones de los convalecientes.
La labor de estos misioneros del arte nos reúne de nueva cuenta con Asclepio, quien vagó por las ciudades griegas sanando a la gente con la ayuda de su báculo. Aquello no era sólo una labor sanitaria, también social, de vínculo con la comunidad y de compasión humana. Los artistas representan, en la puesta en escena de la actualidad, el papel del alumno de Quirón, las disciplinas de la expresión estética son el báculo mientras los hospitales hacen las veces del abaton del Epidauro contemporáneo.
CONTACTO: @BeatsoulRdz